`CUIDANDO´ UN VOLCÁN

Mientras la tierra tiembla en medio mundo y se presagian nacimientos de volcanes como el de la isla de Hierro, el otro medio nos da una lección de cómo convivir con ellos. En Ecuador encontramos un paisaje único en el planeta: un valle en medio de la Cordillera de los Andes que atraviesa el país como una espina dorsal, “guardado” por una veintena de volcanes que parecen tener vida propia. Los mitos y la magia se confunden con su presencia colosal más allá del entendimiento humano. Carlos Sánchez ha dejado todo de lado para vivir a los pies del Tungurahua convirtiéndose en el `guardián´ de `la bella que vomita fuego´.

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Carlos Sánchez en el primer puesto de observación que construyó. Al fondo el Tungurahua, Ecuador.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Juan Carlos de la Cal miembro de GEA PHOTOWORDS

 

 

Fue el explorador alemán Alexander Von Humboldt quién bautizó, en 1802, como “Avenida de los volcanes” a este valle que recorre el país como una espina dorsal en forma de escalera. Una veintena de hermosos e impresionantes volcanes de color esmeralda forman este pasillo colosal único en el mundo. Humboldt ascendió el Chimborazo y aunque no consiguió llegar hasta la cima, estableció un record mundial al alcanzar los 6.000 metros que aguantó imbatido 30 años. Padeció el mal de altura y fue el primero en relacionarlo con la falta de oxígeno. Por este y otros descubrimientos,  se puede decir que hoy el barón alemán también ha encontrado su lugar en el panteón de mitos ecuatorianos.

Si algo caracteriza a esta “Avenida” es su diversidad a todos los niveles. El clima ecuatorial y las diferencias de altura permite encontrar todo tipo de paisajes en apenas un puñado de kilómetros: de los glaciares en las alturas a auténticos vergeles en los valles, poblados de orquídeas y palmeras, pasando por desiertos que nos recuerdan a los de la tundra siberiana. Sin embargo, el problema que acecha a nuestro hielero es el mismo que en cualquier parte del mundo: el cambio climático. Ecuador ha perdido el 20% de la superficie de sus glaciares en los últimos 14 años. Y todo parece indicar que la actividad volcánica se está reactivando.Al sur de la Avenida de los volcanes encontramos a “mamá” Tungurahua -que en quichua significa »bella que vomita fuego»-, toda una señora esposa para el “taita” Chimborazo y mucho más enérgica que él. El Tungurahua siempre fue un volcán activo desde que a finales del Pleistoceno se formara su inmenso cono de14 kilómetros de diámetro. Su erupción más famosa tuvo lugar en 1533 durante la batalla entre el ejército del guerrero inca Rumiñahui y el del conquistador Sebastián de Benalcázar, cuando los indígenas huyeron despavoridos bajo una lluvia ardiente de ceniza y lava creyendo que se trataba de un mal presagio.

A 3.000 metros de altura y apenas a un par de kilómetros del cráter encontramos a otro de esos personajes que parecen salidos del imaginario popular para enseñarnos algo. Desde hace una década, Carlos Sánchez, 68 años, es el único habitante de la cima, el “guardián” del Tungurahua, el hombre que dará la voz de alarma al mundo cuando parezca venirse abajo. Es el encargado de vigilar los medidores que el Instituto Geofísico de la Universidad Politécnica de Perú tiene instalados para avisar de la actividad del volcán. No cobra por su trabajo y es todo un símbolo de esa relación entre hombres y volcanes que sólo se da en este país. Se vino aquí tras jubilarse anticipadamente de la empresa de electricidad donde trabajó durante 25 años y construyó con sus propias manos la casa-observatorio de madera sobre un árbol de 30 metros de altura. Se comunica con el mundo a través de una vieja radio. No necesita más. Es feliz.

Un columpio se balancea en el rústico jardín que tiene improvisado bajo el árbol. “Es para que mis nietos se animen a venir a verme”, aclara. Su esposa y cinco hijos viven en la ciudad de Baños, a 15 minutos en coche por un serpenteante camino desde el que se oye los bramidos del volcán. Apenas les ve algún fin de semana que suben a visitarle o cuando él se anima a bajar. Su esposa estuvo a punto de divorciarse de él porque pensaba que vivía con otra familia “allá arriba”. Hasta que un día fue a verle y se dio cuenta de que la única novia que le queda en esta vida es el Tungurahua.

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El volcán Tungurahua visto desde San Antonio. Ecuador.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por la noche, para combatir la soledad, le canta viejas tonadillas al volcán “para que se tranquilice aunque últimamente parece no gustarle mucho porque está bravo”, dice en un enigmático tono que no deja claro hasta que punto se lo cree de verdad. Sobre el escritorio de su mesa hay una carpeta de pastas azules donde los visitantes –ahora Carlos ha entrado en el circuito turístico y recibe grupos todas las semanas- dejan sus mensajes. En Navidad recibe postales desde todos los rincones del mundo de “gringos” que vieron, como él cada noche, el espectáculo de la lava incandescente fluyendo por la ladera.

A los pies del Tungurahua está la pequeña y hermosa ciudad de Baños de Agua Santa, 20.000 habitantes, fundada en 1553 por los Dominicos españoles y convertida ahora en uno de los principales destinos turísticos del país. Está rodeada de cuatro volcanes (además del Tungurahua y el Chimborazo aparecen el Carihuairazo y el Altar, los dos con más de 5.000 metros de altura), y es famosa por sus aguas termales “milagrosas”, su clima de ensueño y por ser la “Puerta del Dorado” a las inmensidades de la cuenca amazónica.

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