Segunda entrega del testimonio del fotoperiodista colombiano Felipe Camacho sobre el acoso a los periodistas en Egipto. El informador fue detenido, golpeado y maltratado hasta partirle la nariz por la policía cairota. Esa es la rutina que vive el país en cada manifestación. Cientos de personas son llevadas sin razón alguna a las comisarías donde son torturados y asustados para que no vuelvan a salir a la calle. No quieren testigos incómodos. Esto es lo que queda de la revolución árabe tres años después.
Manifestaciones en El Cairo.
FOTO © Felipe Camacho
Por Felipe Camacho para GEA PHOTOWORDS
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El 25 de enero, día de la celebración de los tres años del derrocamiento de Hosny Mubarak, el Cairo tenía dos caras. En la primera, las manifestaciones en apoyo al General Sisi y su candidatura para las próximas presidenciales. Apoyadas por el gobierno, estas manifestaciones tuvieron lugar en las afueras y al interior de la Plaza Tahrir. Para entrar a esa «fiesta» se realizan requisas minuciosas y los periodistas extranjeros no son bienvenidos. Estas demostraciones que en principio deberían ser por la caída del régimen Mubarak no resultan ser otra cosa que manifestaciones de apoyo al General Sisi. Afiches, llaveros, camisetas y todo tipo de souvenirs son vendidos con el rostro del militar. El ejército y la policía animan la fiesta con camiones, carros y megáfonos cantando canciones en honor a Sisi.
Es paradójico. En la misma Plaza Tahrir, emblema de la Revolución Democrática, muchos de los que hace tres años celebraban la caída del régimen militar encabezado por Mubarak, hoy festejan la candidatura del General Sisi, artífice de derrocamiento de un gobierno democráticamente electo.
La otra cara de la capital estaba frente al sindicato de periodistas donde se reunieron los jóvenes protagonistas de la Revolución del 2011 y quienes critican tanto a los militares como a los Hermanos Musulmanes. La policía llegó hasta allí y los dispersó rápidamente.
Muy cerca, en el barrio Mohandeseen, al lado de Dokki, los Hermanos Musulmanes marchaban en descontento por la destitución de Morsi y la toma del poder por parte de los militares. Quemando llantas y poniendo ladrillos sobre el asfalto, los manifestantes avanzaban hacia la plaza Tahrir. Desde el mes de Julio del 2013, luego del golpe de Estado a Morsi, más de 1.500 miembros o simpatizantes de esta cofradía, han sido asesinados en toda impunidad. Al fin y al cabo, para eso los declararon terroristas.
Al llegar cerca a la Plaza Tahrir, empiezan los enfrentamientos entre la policía y los manifestantes pro Hermanos Musulmanes: balas de plástico, gas lacrimógeno y disparos de armas letales. Empiezan a aparecer los primeros heridos y la situación se vuelve tensa. Decido retirarme y esperar la llamada de mi colega Elshamy. La otra posibilidad es esperar hasta que todo esté más tranquilo para poder salir de la zona. Guardo el material y lo pongo en mi espalda.
`WELCOME TO EGYPT´
Un hombre se acerca. Supongo que es un policía vestido de civil. Me pide mis papeles, no se los doy hasta que me muestre su identificación. Se enfurece, alza el tono de voz, se dirige a la esquina y vocifera palabras que no entiendo. Dos policías vienen hacia mí, me encañonan y me agarran por el cuello, me quitan la maleta y mis documentos. Me arrastran hasta su barricada donde otros dos policías me golpean con sus ametralladoras y, luego, me empujan hacia una camioneta.
En ese momento, una oleada de gente se dirige contra el camión y comienza a gritarme con odio “musulmán, musulmán”. Golpean el camión y también a mi. Los soldados se ven obligados a disparar al aire y entran en estado de estrés. Me tiran del pelo haciéndome entender que todo esto es culpa mía. Finalmente, el camión arranca en medio de la muchedumbre. Dos calles mas lejos, me bajan del camión y me introducen esposado en una camioneta blanca. Los cuatro policías que suben conmigo están armados y, sin dejar de apuntarme, me advierten que no hable. Uno de ellos revisa mi pasaporte y se da cuenta que no soy egipcio y que, además, no hablo árabe. Me da la impresión que ese hallazgo los tranquiliza un poco.
En la estación de policía me requisan. Sacan todo de mis bolsillos y de mi maleta. Me golpean en la cara, me rompen la nariz y me dejan un hematoma en el ojo izquierdo. Intento explicar que soy fotógrafo y que vengo hacer imágenes sobre la celebración de la Revolución Democrática del 2011. Ninguno escucha. Me sientan y me esposan a una mesa. Espero una hora o, tal vez, más hasta que un policía que habla inglés viene a interrogarme y anota varias cosas en un papel. Parece que para él es un procedimiento rutinario. Al final del interrogatorio, se queda con mi celular y tres tarjetas de memoria de mi cámara. Logro esconder una cuarta tarjeta dentro de una media. Me da una palmada en la espalda y con una gran sonrisa me dice: «Welcome to Egypt!». En seguida se levanta, se despide de sus colegas y desaparece.
Aquí comienza un violento ritual que se prolonga por varias horas interminables. Cada cierto tiempo, policías muy jóvenes traen a niños o adolescentes a quienes golpean en frente de mis ojos. Les gritan, les pegan en los genitales, me gritan también a mí en árabe, me pegan cachetadas, me amenazan diciéndome que me va a ocurrir lo mismo que a ellos. Un policía trae a un muchacho que saca todo de mi maleta, lo pone en la mesa, filma y me toma una foto. Otro policía llega acompañando de una mujer joven a quien sientan a mi lado. Ella cuenta que estaba con su celular tomando fotos cuando las manifestaciones comenzaron, que le dispararon con una bala de goma y que luego cayó. La arrestaron y le decomisaron un celular donde tenía fotos propias haciendo el símbolo de representación de los Hermanos Musulmanes (la mano derecha mostrando cuatro dedos, el símbolo de los partidarios de Sisi es la “v”).
Manifestaciones en El Cairo.
FOTO © Felipe Camacho
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LÁTIGOS Y GOLPES
La mujer traduce las preguntas que me hacen los policías: de dónde vengo, que por qué no hablo árabe, que si soy seguidor de los Hermanos Musulmanes o de Sisi. Ella les dice en árabe mis explicaciones : que no soy de ninguno de los dos bandos porque no vivo en Egipto y que sólo vine a retratar la situación actual en el Cairo.
Dentro del cuarto estamos la mujer y yo esposado a la mesa frente a dos policías sentados en sus escritorios. Uno es corpulento y de bigote espeso, detrás suyo hay un armario con miles de cartulinas llenas de fotos y nombres de personas clasificadas con un criterio desconocido para mi. El hombre saca una manotada de estos documentos, los clasifica y los pone en el otro lado de la biblioteca. Repite la labor durante largo tiempo, hasta que parece aburrirse y, para cambiar la rutina, saca su pistola y me apunta. Otro policía entra a la oficina y, ante la escena, decide hacer lo mismo que su colega. Los dos ríen y gritan mientras me apuntan. Cada cierto tiempo, se oyen gritos en los otros cuartos y gente llorando. Pido ir al baño. Aceptan llevarme esposado y en el camino veo a unas 50 personas tendidas en el piso con las manos contra la cabeza y custodiadas por policías con látigos. Entiendo por qué lloran y gritan. El baño no tienen luz y debo orinar atado de manos con esposas y con la puerta abierta.
De regreso a mi «oficina» encuentro nuevamente a los dos policías. Un oficial entra, le devuelve el celular a la mujer y la deja ir. Ese gesto me genera un poco de esperanza. Pero pronto se desvanece porque enseguida vuelven las escenas de maltrato a personas en frente mío. Esporádicamente, el encargado de los presos aparece, me venda los ojos, me da vueltas por todo el comisariato y me hace entrar en diferentes cuartos donde me interrogan en francés, español e inglés. Siempre las mismas preguntas. ¿Cuál es mi nombre?, ¿Por qué estoy en Egipto?.
Infaliblemente, el interrogatorio en el último cuarto es el más largo. Allí, un oficial me pregunta si soy terrorista e insiste en que diga la verdad. En caso contrario, advierte siempre, me dejarán en la cárcel por 20 años. En cada ocasión, explico que soy fotógrafo y las razones profesionales por las que he venido a Egipto. El hombre repite innumerables veces el cuestionario, me cachetea nuevamente y, después, me conducen al cuarto original donde soy de nuevo esposado a la mesa. La rutina se repite una y mil veces, gente que entra y sale de la oficina: presos, policías…
Cuando estaba ya convencido de que iba a estar en ese lugar por largo tiempo, vuelven a llevarme al paseo con los ojos vendados y a interrogarme, pero cuando me conducen a la oficina me informan que puedo recoger mi maleta y me indican una puerta. Al salir me doy cuenta que estoy en la calle, camino rápido, me alejo del comisariato, no tengo teléfono, no se dónde estoy. Cojo un taxi y explico al conductor la ubicación del hotel. En el camino, pasamos por las inmediaciones de la Plaza Tahrir, es de madrugada y la gente sigue en las calles celebrando algo que todavía me pregunto qué es.
LIBERADO
Al llegar al hotel me entero que no fui el único reportero retenido en el Cairo ese 25 de enero. Me informan que otros 15 se encuentran todavía en la cárcel, 4 han sido agredidos y cinco heridos de bala. Que además hay cerca de 1000 manifestantes retenidos y 20 muertos durante la manifestación que me encontraba cubriendo.
Mi liberación se pudo llevar a cabo pronto gracias a la movilización en las redes sociales de mis familiares, amigos, los diferentes periodistas que se encuentran en Egipto y a la embajada Colombiana en el Cairo que, al enterarse de la situación, decidió ir personalmente a la comisaría Dokki donde le informaron que ya había sido liberado.
Dos días después, fui a la oficina de la agencia fotográfica Anadolu, cerca de la Embajada de EE.UU. donde trabaja mi amigo y colega Mohammed ELshamy con quien había sido arrestado sin entender de qué nos acusaban. »Los agentes de policía me insultaron, me acusaron de respaldar a los terroristas, me dijeron que era un traidor porque trabajo para una agencia de noticias turca (el gobierno turco no apoyó el golpe de Estado militar contra Morsi)», me cuenta Mohammed y añade que la policía lo acusó también de estar trabajando con una tarjeta de prensa caducada. La verdad es que expiraba el 31-12-2013 pero el centro de prensa egipcio no le ha entregado una nueva. «Me dijeron que los cargos por los cuales fuimos arrestados fueron los de tomar fotos a la banda terrorista de los Hermanos Musulmanes y a monumentos militares, es decir a un helicóptero que sobrevolaba la plaza Tahrir» relata Mohammed.
Los funcionarios de la embajada colombiana me recomendaron salir lo antes posible del país porque los policías habían dado el ultimátum de que si no abandonaba inmediatamente Egipto me judicializarían por “apología y propaganda al terrorismo”. A la mañana siguiente dejo el Cairo pensando en las últimas palabras de mi amigo Mohammed »No soy optimista sobre el futuro. La gente está celebrando a los asesinatos en masa. Mucha gente se siente feliz con el asedio a los medios de comunicación. Incluso las organizaciones no gubernamentales que siempre hablan de la libertad de expresión ahora no dicen nada sobre la represión en curso»
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