EL ACCESO A LA TIERRA

El acceso a la tierra es más perentorio que nunca. Sin embargo, el acaparamiento de grandes superficies acrecienta la concentración de la tierra y diluye cualquier intento de reforma agraria. Por este motivo un nuevo frente de reflexión y acción se presenta para quienes aspiran a un mundo mejor sin hambre, sin miseria rural, sin la emigración salvaje e incontrolable hacia los barrios de chabolas de las grandes ciudades. Este es el de impedir el acaparamiento de tierras por parte de grandes multinacionales y de grupos financieros a través de la defensa de la soberanía alimentaria.

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Mujeres que recolectan el grano del interior de los hormigueros dejado por los insectos. Tchad. 

FOTO  ©   Alfons Rodríguez, miembro de GEA PHOTOWORDS

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SOBERANÍA ALIMENTARIA  –  EL ACCESO A LA TIERRA 

Por Vicent Boix para GEA PHOTOWORDS

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Hace ahora cien años los campesinos de un país latinoamericano, México, se rebelaron bajo los lemas «La tierra para quien la trabaja» y «Tierra y libertad». En estas últimas décadas hemos visto palidecer en todo el mundo las reivindicaciones de reformas agrarias que corrigiesen la mala distribución de la tierra por el injusto reparto que aún persiste en naciones y continentes. Hoy la necesidad de las reformas agrarias continúa en Centroamérica, en la América andina, en el inmenso Brasil, en muchos países de Asia, en África, e, incluso, por qué no, en países europeos.

Pero en lugar de avanzar parece que se retrocede.

La tierra es un recurso imprescindible para que al menos el 70%1 de mil millones de seres humanos dejen de pasar hambre.

Tierras comunales o tierras en propiedad privada, tierras trabajadas individual o colectivamente, de secano o de regadío, de pastores nómadas o sedentarios, subsaharianas-sudanesas o tropicales, de la sabana o de los bosques húmedos… las tierras de África pertenecen a sus habitantes ya que desde hace millones de años se alimentan de ellas. Hay que impedir este expolio, que el capital financiero busque beneficios acaparando propiedades en África emulando la tradición colonial. Los africanos deben hacer suyo el grito de Emiliano Zapata, de los revolucionarios mexicanos de hace un siglo: «La tierra para quien la trabaja», o lo que es lo mismo: «las tierras de África para los campesinos africanos».

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LA TIERRA COMO MERCANCÍA

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Tras el acaparamiento de tierras se esconde un modelo agrícola industrial y con clara vocación exportadora. Este no es contraproducente únicamente por el hambre que sin duda generará en las zonas más vulnerables de la tierra como se ha dicho hasta el momento. A las contradicciones humanas, habría que añadirles otras de carácter ecológico y económico que ya se han mencionado en la presente investigación. Por ejemplo, la creciente y peligrosa degradación de las tierras y los recursos acuáticos —constatada en recientes informes de la FAO— que son consecuencia de un sistema en el que la tierra se considera una mercancía más, y por tanto, debe producir al máximo de sus posibilidades sin medir las consecuencias a medio y largo plazo.

Otro informe interesante que pone en el punto de mira este modelo es el titulado «Energy-Smart Food for People and Climate», que fue publicado en noviembre de 2011 también por la FAO. Este trabajo afirma sin titubeos que la agricultura y la alimentación son responsables del 30% del consumo mundial de energía y provocan el 20% de las emisiones de efecto invernadero. Pero cuidado, hay que matizar que este despilfarro se genera en los eslabones tradicionales y exclusivos de ese modelo agroexportador que fomenta el acaparamiento de tierras (agroquímicos, procesado, transporte, comercialización, etc.). Los cultivos, las plantaciones, las fincas… por sí mismas no son energéticamente insostenibles y representan únicamente el 6-7% del consumo total que se produce a lo largo de la cadena de producción agroalimentaria.

Por eso en los tiempos que vivimos y ante las dudas energéticas que se presentan para el futuro (tanto en lo referente al suministro como a los precios) el sistema agroexportador podría poner en riesgo la oferta futura de alimentos. Así lo ha dejado ver la propia FAO. A estas investigaciones habría que añadir los datos aportados por el Sustainable Europe Research Institute en su informe «Europe’s global land demand». Este informe concluye que las grandes potencias (USA, UE-15 y Japón) necesitan tierras ajenas para poder cubrir sus crecientes demandas. Pero, lejos de solucionar esta tendencia, la agroexportación y el acaparamiento de tierra perpetuarán e incrementarán esa terrible dependencia que es social y ecológicamente destructora.

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SOBERANÍA ALIMENTARIA

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Ante las graves contradicciones del modelo agrícola industrial y exportador solo hay una salida, denominada soberanía alimentaria. Bajo este prisma la tierra no se reduce a la visión cortoplacista y reduccionista de los acaparadores que la ven como un negocio más, sino que la tierra vuelve a adquirir su importancia tradicional como la fuente de la vida que genera alimentos para la humanidad.

El modelo de soberanía alimentaria devuelve el protagonismo a los agricultores y campesinos, quitándoselo a especuladores, inversores, bancos, tecnócratas, políticos y acaparadores. La soberanía alimentaria antepone los alimentos para mercados locales y nacionales a las materias primas agrícolas —como los agrocombustiblesdestinadas a las sociedades pudientes. La soberanía alimentaria propugna un modelo respetuoso con el medio ambiente en todos los sentidos. La soberanía alimentaria defiende una visión localporque al dignifi car el trabajo y el rol de agricultores y campesinos, todas las zonas de la tierra producen alimentos para garantizar sus propios consumos.

Por tanto la soberanía alimentaria escapa de la tendencia globalizadora actual, donde unos países (los del sur) son grandes latifundios que cubren las demandas de otros (los del norte) todo ello controlado por ese ente metafísico —últimamente contaminado y manoseado por especuladores— llamado mercado y que en resumidas cuentas es quién acaba manejando toda la cadena agroalimentaria gracias a una ideología económica fundamentalista, conocida como neoliberalismo.

Al priorizar los alimentos para consumo local o nacional que son producidos por agricultores y campesinos, la soberanía alimentaria no fomenta el hambre a través del acaparamiento, ni un modelo agrícola derrochador desde el ángulo energético, ni una tendencia en la que unos pocos países se apropian de los recursos (tierras) de los más desfavorecidos para satisfacer sus exorbitantes consumos que además generan una peligrosísima e insostenible huella ecológica. Al ser generosa desde el punto de vista ecológico, la soberanía alimentaria no degrada ni tierras ni aguas respetando así la vida y el medio ambiente. Al ser socialmente justa, la soberanía alimentaria no solo se presenta como una fuente segura de alimentos sino también como una cantera de empleo en tiempos de crisis.

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TAMBIÉN EN ESPAÑA

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Por tanto el camino a seguir es precisamente el contrario al emprendido hasta el momento. La soberanía alimentaria debe promocionarse a nivel planetario, sin olvidarse de los países del norte que dependen de las «importaciones de tierras» y en los que curiosamente se está produciendo un abandono progresivo del campo, porque son inaguantables las condiciones y los precios que sufren sus productores, en una sociedad en la que el mercado es libre pero las personas no. El desánimo en los campos de las sociedades más pudientes está fomentado por las clases políticas que defienden al inversor, al terrateniente, al empresario y a la distribución moderna (supermercados), sin tener en cuenta las contradicciones de carácter humano, ecológico y económico mencionadas antes.

Por ejemplo en España:

a) Se está produciendo un masivo abandono de la tierra porque no es rentable para al agricultor.

b) Y no es rentable porque, escudados en esa falsa libertad de mercado, los políticos no legislan leyes que impongan unos precios justos para el agricultor.

c) Se está desregulando y liberalizando el mercado agrícola. Por ejemplo, se acaba de firmar un acuerdo de libre comercio entre la UE y Marruecos, que fomentará el acaparamiento de tierras en el país africano, por parte de empresarios y terratenientes que luego exportarán la producción a Europa. Pequeños campesinos y agricultores de Europa y Marruecos serán los grandes perdedores.

d) En el País Valenciano y otras regiones se expropiarán tierras agrícolas para crear infraestructuras alrededor del «Corredor Mediterráneo» que conectará el norte de África con Europa, para que los acaparadores puedan transportar sus mercancías por encima de las otrora tierras agrícolas españolas.

Como se puede ver, el panorama es desolador. A la clase política actual le da igual el hambre, el cambio climático, la degradación de los recursos, etc. Por eso más que nunca es urgente el cambio hacia la soberanía alimentaria.

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Vicent Boix es investigador asociado de la Cátedra “Tierra Ciudadana – Fondation Charles Léopold Mayer”, de la Universitat Politècnica de València. Autor de los libros “El parque de las hamacas” y “Piratas y pateras”.

 

 

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