EL ESTAMBUL DE MADERA SE DESMORONA

No hay duda de que Estambul es una de las ciudades más monumentales e interesantes del planeta. Todo en ella es deslumbrante y excesivo y quizás por eso el visitante, al menos en una primera visita no suele apartar los ojos de las alturas donde compiten en majestuosidad sus mezquitas, cúpulas y alminares, o su bello entorno, siendo tantos los estímulos de los lugares emblemáticos que todo lo demás puede pasar inadvertido. Es en sucesivas visitas cuando se repara en la poco visible y mermada arquitectura popular construida en madera. Y en lo amenazada que se encuentra, un problema que hoy por hoy tiene una compleja solución.

 

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Barrio de Fener, alrededores de la Iglesia de San Salvador en Chora, rehabilitaciones fallidas.

Foto  © Francesc Morera

 

Por Ana Morales, miembro de GEA PHOTOWORDS

 

Cuando paseamos por los barrios fuera del circuito turístico otra realidad se nos revela. Descubrimos una original y característica arquitectura vernácula, que a pesar de ser parte del patrimonio artístico de la ciudad no está incluida dentro de él. De hecho, la ley de 1973 sobre la protección de monumentos sólo consideraba susceptible de protección a las elitistas yalis y los kioskos, viviendas palaciegas a la orilla del Bósforo o en zonas boscosas, pero no a las casas de madera y rowhouses.

Vagando por el entramado de sus empinadas calles, algunas superpobladas, otras desoladas, podemos comprobar como una gran parte de estas casas se desmorona. Los listones de madera de sus fachadas, carcomidos y fragilizados por el abandono y los años, nos recuerdan a una de esas manualidades que los escolares hacen con cola y palillos. Con un mínimo de imaginación casi se pueden oír sus quejidos. Unas se apoyan trémulamente sobre otras invadidas por la vegetación a la espera de que un viento definitivo las termine de vencer. En algunos casos, estas casas han sido sustituidas por estructuras de hormigón de baja calidad y peor estética, y en otros casos se puede ver que las casas han sido rehabilitadas, a menudo incorporando elementos y materiales modernos. En el menor de los casos las viviendas han sido recuperadas con sus materiales tradicionales, conservando su esencia y dignificando el barrio. Esto es patente en algunas calles de Kumkapi, cerca de la zona más turística, famosa y protegida de la ciudad: Sultanahmet.

En 1985 la Unesco declaró Patrimonio de la Humanidad a la península histórica (4 zonas en torno a los principales monumentos). Se priorizó la recuperación de estas viviendas por su cercanía a los monumentos pero dejó fuera a el resto del tejido histórico de la ciudad. En estas zonas turísticas, cuyo máximo exponente es Sultanahmet la recuperación se ha basado en el derribo total de la finca para su reconstrucción, dirigida al turista y recreando para él un escenario urbano de corte “otomano”, una realidad falseada y colorista en los aledaños de los principales iconos de la ciudad. Estas actuaciones, que dan armonía estética y fotogenia, supusieron la nacionalización y el desalojo del barrio de muchos de sus pobladores originales. Un ejemplo de ello en pleno Estambul histórico es la Casa Verde, o Yesil Ev, o el pintoresco Soğukçeşme Sokağı, que se suele poner como ejemplo exitoso de recuperación y que en realidad ha hecho perder la esencia y el significado de estas construcciones. El modelo de intervención que se ha seguido en la Soğukçeşme Sokağı es el propio de los años ochenta en la ciudad de Estambul, en el que prima la “recreación” de la arquitectura histórica y el fachadismo, no la autenticidad o la conservación. Todo y así, estas iniciativas tuvieron su lado positivo, al iniciar el debate en torno al futuro de las casas de madera y de su conservación, que cristalizó en otro tipo de iniciativas, aunque en general se puede decir que hasta la fecha ningún plan de recuperación de este frágil patrimonio ha dado resultados palpables por la complejidad del problema.

 

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Casa de veraneo en Büyükada, de corte señorial pero bastante mal conservada.

Foto  © Francesc Morera

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Algunos antecedentes históricos

La ciudad de Estambul se articuló desde la época otomana en diferentes barrios en torno a las principales mezquitas, constituyendo cada barrio una unidad de habitat comunicada con los demás a través de una gran arteria que discurre este-oeste. A partir del S.XVII, con el aumento del crecimiento demográfico, comenzó un gran éxodo del entorno rural a la ciudad, precisamente estos nuevos pobladores son los que más influenciarían a la arquitectura civil popular. Viviendas en madera, generalmente de dos alturas, cálidas y acogedoras por dentro, con los típicos voladizos en la planta superior a la caza de las mejores vistas, que soportaban bien los terremotos en una de las zonas sísmicas más activas del mundo pero que tenían un enemigo mortal: el fuego. Este asolaba periódicamente manzanas y barrios enteros, por ello a partir de la segunda mitad del siglo XIX se fomentó el uso del ladrillo. Lo podemos observar en las plantas bajas de las casas y en las paredes medianeras, se comienza a combinar el ladrillo con la madera.

En los años cincuenta del siglo XX, estos espacios urbanos se vieron rodeados por barrios que se iban extendiendo anárquicamente, precariamente, sin planificación ni servicios, y que siguieron acogiendo a los recién llegados. Eran conocidos como “gecekondus” o barrios que “nacen por la noche”.

Desde los años cincuenta, el patrimonio arquitectónico ha sufrido un galopante proceso de degradación. Los habitantes originales de los barrios los abandonan, el progreso, que se asociaba con las construcciones de corte occidental, fue despoblando estos barrios, quedando estas viviendas como alojamientos de paso para las clases más desfavorecidas y los inmigrantes, los cuales no realizan ninguna labor de mantenimiento sobre ellas. Además hay que añadir la entrada en vigor de las nuevas normativas anti-incendios (obligando a dejar espacios entre las casas), el nuevo trazado urbano y, no menos importante, la presión interna que ejerce el turismo masivo en Estambul. Esta situación de desorden urbanístico no tiene visos de resolverse, las previsiones para 2025 estiman que la población de la ciudad se doblará.

 

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 Imagen del barrio de Süleymaniye, casas tradicionales amenazando derrumbe.

Foto  © Francesc Morera

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En 1968 un grupo de arquitectos constató como las zonas históricas de la ciudad (Fener, Balat, Kumkapi, Kadiköy, Gedikpasa, Örtakoy, Ayvansaray…etc) era zonas degradadas. Y como arquitectura tradicional se asociaba con marginación y pobreza. Los habitantes no arraigan en los barrios por sus precarias condiciones de vida y no establecen ninguna vinculación ni con ellos ni con las viviendas que son identificadas con su propia marginación, constatándose en los vecinos un desapego por sus hogares, que no hace sino acelerar la degradación de estas construcciones tradicionales.

Los primeros trabajos de recuperación se iniciaron en los barrios de Zeyrek y Süleymaniye, con la declaración de zonas de especial protección pero sin resultados palpables. El problema de Zeyrek es profundo y, como afirmó el arquitecto, profesor de universidad y político Biltin Toker en 1991, “para salvar este barrio y el vecino de Süleymaniye hay que unir a la preservación de las casas tradicionales el desarrollo económico y social, ya que si los vecinos de los barrios pudieran recuperar una vivienda digna en sus casas tradicionales, no las verían como sinónimo de fracaso, pobreza o marginación, sino como la pervivencia de una rica herencia cultural que puede reintegrarse a sus legítimos herederos”.

Esto supone un cambio de paradigma por completo distinto a las iniciativas de los años ochenta. Se tratará de rehabilitar para los ciudadanos, desarrollando y conservando el legado cultural, una empresa compleja que se está intentando materializar en los barrios de Fener y Balat. Aquí zonas de rowhouses (casas enfiladas) construidas por las minorías burguesas armenias y griegas fueron abandonadas por la moda de la vivienda occidental y ocupadas por familias de bajos ingresos. En Süleymaniye y Vefa, tan cerca de la principal arteria del centro, se combinan solares yermos con almacenes comerciales, arquitectura de hormigón y casas de madera muy deterioradas. La municipalidad está recuperando muchas pero la zona en general parece un territorio en guerra.

A pesar de las buenas intenciones, y de que las especiales características de las casas estambulíes, su tamaño, materiales, etc las hacen idóneas para la rehabilitación con un número mínimo de intervenciones y con un coste bajo, el proceso de desaparición de la vivienda vernácula otomana ha sido imparable y se calcula que sólo el 1% de las 150.000 casas de madera originales sigue en pie.

Cara al s.XXI, el proceso de degradación sigue adelante, cabe esperar que este se revierta en la medida en que estos barrios comiencen, de nuevo a tener significado para sus habitantes, y en la medida en que se rompa la dinámica de “discontinuidad cultural”, pues si esto no se consigue, ningún plan dará resultado.

 

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