FEMICIDIO EN GUATEMALA

Hace unas semanas, el magistrado de la Audiencia Nacional, Santiago Pedraz, amplió su investigación sobre las brutales violaciones de los derechos humanos en Guatemala a la violencia de género. El magistrado considera que las 1.465 violaciones, en su inmensa mayoría de mujeres mayas, perpetradas en ese periodo, además de otras atrocidades sexuales, tenían como fin acabar con esa etnia. En el país centroamericano  han muerto miles de mujeres en la última década, en un drama igual de aterrador que lo que está sucediendo en Ciudad Juárez.

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Laura atiende a mujeres amenazadas en el Albergue Acogida – Fundación Sobrevivientes. Guatemala.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por José Manuel Bustamante para GEA PHOTOWORDS
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No es fácil llegar hasta Carol. Quien se anime debe aceptar viajar en coche por las calles de Ciudad de Guatemala próximas a su lugar de residencia con los ojos vendados y sin hacer preguntas sobre el paradero. El pañuelo que ciega la vista no es retirado hasta que el coche estacione en un garaje. A los interesados en conocerla se les conduce hasta una casa luminosa, con varias habitaciones dispuestas alrededor de un patio. Ninguna de las ventanas da a la calle. Nadie desde el exterior puede adivinar, o al menos ese es el propósito, que Carol es una de las inquilinas de un albergue para mujeres que han sobrevivido a un intento de asesinato, tan sólo por serlo.

Ninguna medida de seguridad es gratuita si se refiere a la violencia de género en Guatemala. El pequeño paíscentroamericano, de apenas 13 millones de habitantes, ostenta preocupantes récords, como haber sufrido una de las guerras civiles más largas que se recuerdan (36 años) o tener un abrumador número de policías privados(100.000). A ellos se ha sumado un fenómeno muy desconocido fuera de sus fronteras y que va devorando una sociedad frágil y resignada ante el dolor. Cada año que pasa se incrementa el número de mujeres asesinadas de una forma despiadada, con una saña cruel.

El término «femicidio», que se acuñó para describir la muerte de mujeres en Ciudad Juárez (México), ha encontrado en esta nación un abono ideal. Las cifras dinamitan todo intento racional de acercarse a la magnitud del fenómeno: más de 4.500 mujeres asesinadas desde 2000; en el último año fueron dos por día.

«Cuando él bebía, lloraba y dejaba de pegarme. Era peor cuando no estaba borrracho, es un hombre muy agresivo.» Así describe Carol a su marido en la habitación del albergue, donde vive con su hijo. Le costó mucho recuperarse de la última paliza. Y fue la inminencia de la muerte lo que le impulsó a contactar con la Fundación Sobrevivientes, una asociación de guatemaltecas que gestiona el refugio donde reside.

ABANDONO TOTAL

Abandonadas por el Estado, las mujeres se han organizado en una dinámica y eficaz red que proporciona ayuda y solidaridad a las víctimas. Sin necesidad de estudios psicológicos ni del conocimiento de estadísticas, Carol ha identificado una de las razones del comportamiento del agresor: «Su padrastro le maltrató continuamente cuando era niño y vio cómo ese hombre disparaba a su madre». Tres cuartas partes de los asesinos pertenecen al círculo familiar o de conocidos: padres, hermanos, jefes… El resto corresponde a las pandillas (maras), al narcotráfico y a la delincuencia organizada, cada vez con más poder.

Viajamos a los principales lugares del país afectados por esta tragedia, para conocer de primera mano las causas y el conmovedor sufrimiento que provoca. Lugares físicos, pero también emocionales: las mentes torturadas de valientes que luchan contra este «monstruo de mil caras», como lo denomina la profesora española de Sociología Rosa Cobo. Ese monstruo que domina por entero a personas de la talla de Jorge Velásquez, un reputado auditor de 53 años que dejó su trabajo para denunciar el asesinato de su hija y clamar justicia.

Claudina Isabel tenía 19 años cuando fue atacada, el 12 de agosto de 2005. Su cuerpo apareció con un balazo en la frente y evidencias de haber sido violada. Otro triste caso entre los más de 500 similares registrados ese año, pero que se ha convertido en un símbolo al reunir todos los ingredientes del femicidio y la impunidad que lo rodea. Los expertos coinciden en que un análisis adecuado del lugar del crimen es esencial para tipificar el delito e identificar al criminal. Los agentes contaminaron toda la escena, ignoraron pruebas definitivas, como las heridas que presentaba el cuerpo o la ropa, la autopsia fue deficiente… Claudina Isabel llevaba un piercing en el ombligo y calzaba sandalias, por lo que los policías determinaron que no merecía la pena investigar. Era, sin duda, «una prostituta o una pandillera».

«En pleno velatorio», cuenta Velásquez, «irrumpió un grupo de agentes. Nos dijeron que querían examinar el cuerpo de mi hija, a lo que yo me negué. Me amenazaron con detenerme junto a mi esposa. Llevaron el ataúd a otro cuarto para estar solos y tomaron las huellas dactilares para efectuar análisis de ADN. Me entregaron una bolsa con su ropa, diciéndome que normalmente la familia también enterraba las vestimentas en el ataúd». Sin pensar en las consecuencias, Velásquez pidió a la funeraria que quemaran la bolsa, ignorando que contenía objetos que en cualquier lugar del mundo se tratan de manera exquisita como pruebas de un crimen. Desde entonces, este padre coraje emprendió una agotadora peregrinación para denunciar el caso en todo el mundo, acompañado de un retrato de su hija.

Es de los pocos familiares, además de Rosa Franco, que perdió a su hija María Isabel, que se ha atrevido a hacerlo. «Cuando me llaman para hablar y me preguntan quién puede asistir, yo digo que o es Jorge y Rosa, o es Rosa y Jorge. Nadie más levanta la voz, aunque comprendo el miedo que hay a denunciar». Velásquez puede quedarse solo. Harta de la incomprensión de las autoridades, Rosa seplantea dejar el país.

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Albergue Acogida – Fundación Sobrevivientes. Ciudad de Guatemala.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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MIEDO

Un miedo que también deben desafiar los defensores de los derechos humanos, como Mercedes Hernández. Esta guatemalteca de 31 años, una de las activistas que mejor conoce las raíces y la gravedad del femicidio en Guatemala, ha recibido diversas amenazas telefónicas. En una de ellas, un coche siguió al automóvil en el que viajaba con un acompañante durante varios kilómetros, hasta que les embistió, echándoles de la carretera. «No hubo grandes daños», explica, «pero sí un claro sentido de intimidación. También me he encontrado a un mismo sujeto varias veces. No es producto de la casualidad. Quieren saber cómo te mueves y con quién vas, pues me suelo acompañar de esas voces altisonantes, mujeres valientes que han decidido romper el silencio.»

Cuando Mercedes sufrió el incidente con el coche se encontraba preparando la visita de una amplia delegación española, capitaneada por la Plataforma de Mujeres Artistas contra la Violencia de Género, que recorrió Guatemala para conocer la gravedad de la situación.

Viajando junto a Mercedes hacia su provincia natal, el Quiché, habitada principalmente por indígenas, los periódicos locales se hicieron eco del último caso: «El cuerpo desmembrado de Jessica Carolina Franco, de 18 años, fue hallado enel bulevar Las Buganvillas. (…). Encontraron en una cuneta el torso dentro de un cubo y, en dos bolsas, la cabeza y una pierna». Las torturas, las mutilaciones, la humillación sexual, la incisión en los cuerpos de mensajes como «Venganza», son comunes. Muchos expertos destacan que la brutalidad hunde sus raíces en una violencia estructural de siglos, pero que se manifestó recientemente en el conflicto civil y que sus tremendas secuelas llegan hasta hoy.

La carretera que serpentea por hermosos bosques jalonados de volcanes y lagos esconde una tétrica sorpresa. La parada final, el pueblo de Nebaj, sufrió como ninguno la represión desatada por el Ejército durante la guerra civil, que se cobró 200.000 vidas y finalizó en 1996 con los Acuerdos de Paz. Nebaj, junto a las localidades de Chajul y Cotzal, formó un triángulo en el área, conocida como Ixil, donde los soldados emprendieron la caza de su víctima preferida: la mujer indígena. «Sus cuerpos fueron utilizados como herramientas de guerra, como campos de batalla», comenta Mercedes. «De las 22 provincias del país, sólo en la del Quiché se produjo el 48% de las violaciones a mujeres.»

Una de ellas fue María Pérez. Tiene 65 años pero no deja de acordarse del hijo que los militares le obligaron a dejar en el hogar mientras perpetraban la agresión. El niño, Francisco, tenía entonces cinco años. Se cree que fue a parar a manos de una religiosa, y que, finalmente, fue dado en adopción en España. Ni su madre ni su hermana, Margarita, le han vuelto a ver. Otro triste problema para Guatemala, cuyo territorio es escenario de adopciones irregulares. Al menos 500 niños desaparecieron en los años 80, sólo en Nebaj.

HUMILLACIÓN

«La violencia sexual es una táctica para humillar a la colectividad», continúa Mercedes. «En ellas recae la transmisión de la lengua, de los valores culturales. Si se acaba con la mujer como reproductora, no sólo fisiológica sino cultural, se acaba con los pueblos enteros. Cuando se viola se ataca el equilibrio de la familia, y también el papel del hombre, cuya función es protegerla». Pierden «la pureza sexual», son repudiadas y no se recuperan del estigma.

Salvo en casos excepcionales, como el de Juana Méndez, de 42 años y 10 hijos, otro símbolo de esta violencia, pero con un rasgo positivo. Acusada falsamente en 2004 de cultivar marihuana, fue violada por un policía en un centro de detención. Pero ella desafió el miedo: «Quería decir la verdad, no deseaba que le pasara lo mismo a otras». La dijo, y contra la norma, el criminal fue condenado a 20 años de cárcel.

No en vano, se habla de una continuidad en el clima de violencia que inunda el país y que enlaza el genocidio de los mayas –que ha llegado hasta la Audiencia Nacional de España– con el actual femicidio. Técnicos de la Fundación de Antropología Forense, una entidad privada, se empeñan desde 1992 en recuperar los restos de las víctimas de la guerra, en su gran mayoría inocentes. Los indígenas consideran que sus muertos «no están enterrados, sino escondidos en la tierra. No están descansando, están llorando». Hasta la fecha han realizado 959 exhumaciones y recuperado 5.000 osamentas. El 63% de los restos ha sido identificado.

Los forenses independientes conocen bien cómo en el horror de entonces encuentra alimento el odio irracional hacia las mujeres y ponen su empeño en una investigación exhaustiva e imparcial inmediatamente después de haberse cometido el delito. «Es vital que la policía actúe correctamente en la escena del crimen. No son casos complicados. Una adecuada investigación criminal en las primeras horas determina quién es el asesino.» Así de seguro se muestra el español Carlos Castresana, que fuera Fiscal Anticorrupción y hoy dirige la Comisión Internacional contra la Impunidad en Guatemala (CICIG), un organismo de la ONU.

«El gran enemigo para resolver los crímenes es la indiferencia. Nadie hace nada y nadie espera que se haga nada.» Así se explica la casi total impunidad, que afecta especialmente a los asesinatos de mujeres. El 98% de los crímenes no se resuelve. A ello también se unen la corrupción y el miedo. Un ejemplo perfecto es el caso reciente de tres adolescentes que fueron asesinadas a la salida de una discoteca. El autor fue encarcelado, pero en menos de un mes estaba en la calle. Todos los testigos, incluido el principal, un taxista que llevó a las víctimas y al criminal, se retractaron. Las amenazas habían surtido su efecto. Una demostración más de un sistema judicial fracasado, que se ha dotado de leyes homologables a cualquier país pero que, sencillamente, no se cumplen.

Todas las esperanzas están puestas en la ambiciosa Ley contra el Femicidio, promulgada en abril del año pasado. Pero las activistas desconfían. Como Maya Alvarado, veterana luchadora, que recuerda el lema de la larga y complicada batalla: «Somos mujeres, y sólo por el hecho de serlo, susceptibles de ser víctimas. Pero no estamos solas. ¡Por la vida de las mujeres, ni una muerte más!».

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El reportaje que hoy publicamos fue un encargo de la revista Yo Dona.

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José Manuel Bustamante. Periodista, ha sido reportero en los diarios El Independiente y El Mundo. En la actualidad colabora de forma independiente en diversos medios. En 2009 escribio varios reportajes sobre el feminicidio en Guatemala. Uno de ellos fue galardonado con el Premio de Periodismo Natali, que otorga la Comision Europea a los mejores trabajos sobre Derechos Humanos.

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