FLORES DEL GANGES

HORTENSIA VENTURA FUNDA ‘FLORES DEL GANGES’ DESPUÉS DE UN VIAJE A BENARÉS DONDE DESCUBRE  MUJERES QUEMADAS POR SUS MARIDOS O FAMILIARES DE ESTE POR CAUSA DE UNA DOTE CONSIDERADA INSUFICIENTE

Flores del Ganges es una asociación sin ánimo de lucro, constituida en 2010, con el objetivo de conseguir atención médica y asistencial para mujeres que sufren violencia de género y exclusión social.

Hortensia Ventura, fundadora de esta asociación, nos cuenta que decidió crearla tras conocer de cerca la situación de violencia que sufren muchas jóvenes esposas de Benarés, India, durante los 7 primeros años de matrimonio. A estas mujeres las casan sus padres, quienes aportan una dote. Una vez casadas, se van a vivir con la familia del esposo, pero cuando la dote se agota, ellas pierden su valor. Y entonces sufren castigos, humillaciones y ataques con fuego que las matan o les dejan secuelas incapacitantes. Se trata, pues, de una dote que extorsiona, tortura y mata. Solo hace falta un bidón de queroseno, una llama y podrán decir que ha sido un accidente.

Mujeres quemadas en el Hospital Gubernamental de KABIR CHOURA, Benarés, India

©  FOTOS:  ANGEL LÓPEZ SOTO, MIEMBRO DE GEA PHOTOWORDS

Dice la fundadora de Flores del Ganges: ‘Nuestro empeño en ayudar a estas mujeres nos ha llevado a poner en marcha un proyecto para establecer un dispensario médico en Benarés. El dispensario deberá ofrecer atención médica y rehabilitadora, posthospitalaria, a las mujeres que se encuentren en situación de exclusión por falta de recursos económicos.
Estas mujeres sufren lesiones por quemaduras – que, en la mayoria de los casos superan el 50% de la superficie corporal total- pero es la falta de recursos económicos y sociales de las víctimas lo que impide la atención hospitalaria y asistencial adecuada. La tipologia de sus lesiones físicas requiee la especialización del dispensario en el tratamiento de quemaduras de todo grado, incluyendo la gestión y financiación de las intervenciones quirurgicas en hospitales, en los casos de injertos y secuelas incapacitantes. Además queremos ofrecerles una rehabilitación psicológica y social’.


UN SUEÑO
Por Hortensia Ventura

La iniciativa de este proyecto nació en diciembre de 2008, cuando por fin pude realizar mi sueño de hacía muchos años: viajar a India y visitar Benarés, Varanasi, Kashi, algunos de los nombres de una de las siete ciudades sagradas de la India. Mi sueño es tener la oportunidad de ayudar a los más desfavorecidos con lo único que poseo de verdad: mis conocimientos y experiencia médica. Allí conocí una pequeña asociación, Kashi Seva, compuesta por un grupo reducido de personas, entre ellas una médica. Trabajaban practicando curas en la calle a los más pobres de la ciudad, en su mayoría leprosos. Cada día visitaban en el Hospital Gubernamental Kabir Choura, que presta 15 camas a las personas quemadas —de las cuales, un 90% eran mujeres— y les practicaban las curas tópicas y desbridamientos de las zonas quemadas. Sólo un 2-3% se salvaba.

Las mujeres que estaban allí habían sido rociadas con queroseno y prendidas con fuego, víctimas de un tipo de violencia de género que persiste en toda India y que tiene especial incidencia en el estado de Uttar Pradesh: un tipo de violencia mal denominado bride burning (novia quemada o ardiendo) y dowry death (muerte por la dote).
La mujer, desde el momento en que se casa, pasa a pertenecer a la familia del marido. Su valor es, a veces, inferior al de una cabra. La familia de ella habrá tenido que pagar una dote en dinero, ropa, joyas, cabras, vacas, electrodomésticos, etc. Generalmente, desde un principio, la mujer recibe malos tratos, vejaciones, golpes con vara, latigazos y desprecio, mucho desprecio, sobretodo de la suegra y las cuñadas.
Cuando la familia del marido quiere más dinero, recurre a la forma más fácil, muchas veces la única, de conseguir más ganancias: presionar a la familia de la joven esposa. Si esta no accede a pagar más porque no puede debido a su pobreza, entonces la familia del novio decide acabar con el problema: rocían a la mujer con queroseno y le prenden fuego. Esto les dará otra oportunidad, otra nueva dote.
Estas jóvenes difícilmente pueden volver a su casa familiar, porque esto se considera una vergüenza para la familia y consienten verla muerta antes de perder el honor. Además, si existen otras hijas casaderas, nadie querría casarse con ellas.
En ocasiones, es tanto el sufrimiento de estas jóvenes que ellas mismas prefieren inmolarse. Esto se suele dar entre los 14 y los 27 años.
A pesar de la existencia flagrante de esta forma perversa de violencia contra las mujeres esposas y novias, me di cuenta de que siempre quedaba como un “accidente doméstico” y también observé que algunos maridos sufrían quemaduras en las manos, al haber intentado apagar las llamas. Es decir, me percaté de que esa violencia se ejerce en el núcleo familiar del marido pero no siempre por él.
El otro 10% de los pacientes eran niñas o niños jóvenes que sufrían quemaduras eléctricas graves, seguramente debido al mal estado de las infraestructuras, habitualmente muy precarias.
Las curas que practicaba la asociación, Kashi Seva eran llevadas a cabo con todo el amor y atención posibles por dos sanitarios entregados, pero con carencias extremas en cuanto a asistencia, medicación, higiene y analgesia. Ninguna analgesia para lesiones que, aquí en el ámbito europeo, irían directamente a quirófano y se atenderían en un ambiente protegido contra infecciones.
La situación se agravaba porque las pacientes estaban totalmente dependientes de que la familia quisiera ocuparse de cuidarlas, y la mayoría quedaban a merced de quienes habían atentado contra ellas, para continuar viviendo en un medio insalubre para curarse, con unas secuelas físicas que les impiden moverse, cuidar de sus hijos y ganarse la vida. El cuello se queda pegado a la barbilla y sin movimiento, acortado; los brazos pegados con el antebrazo. Los dedos unidos, las muñecas sin movilización. En el mejor de los casos consiguen ser cuidadas por su familia materna.
También visité los slum (suburbios), extendidos por la ciudad y practiqué curas de las numerosas heridas que tenían aquellas personas, fruto de la falta de higiene y la pobreza más extrema.
Capturada por estas vivencias, quise volver por más tiempo para sentir de nuevo la gratísima experiencia de curar y sobretodo, de curar a las mujeres presas del fuego de una violencia perversa y del desamparo que sufren, que va más allá de la ausencia de recursos económicos: me refiero a la ausencia de una mínima red de apoyo social.
Solicité tres meses de asuntos propios en mi trabajo y un mes de vacaciones y el primero de septiembre de 2009 volví a Benarés, uniéndome de nuevo al grupo de valientes que salía a la calle, a los ghats, a los slum, a curar directamente a la gente, con algunas vendas y antisépticos.
En el hospital donde estaban ingresadas las mujeres quemadas, no se veía a nadie que se ocupara de ellas. Eran pobres y no podían pagar los servicios médicoasistenciales. Sólo nosotros nos cuidábamos de curarlas. Nuestro grupo atendía sólo en las primeras curas y mientras las mujeres estuvieran dentro del hospital. Eso sí, el alta médica, la establecían los médicos de esa sección. El alta se daba sin haber cicatrizado las quemaduras (bien o mal), sin haber recibido rehabilitación ni ningún tratamiento quirúrgico de las secuelas, que eran muchas e importantes, la mayoría incapacitantes.
Aprendí mucho de estas mujeres, de su mirada penetrante y dolorida, de la que nunca vi asomar una lágrima, ni por dolor ni por autocompasión. Cuando las curabas nunca se quejaban, ni de la forma que una se imagina que se queja una persona con una quemadura tan grave. Tan sólo alguna vez sus ojos se volvían acuosos y en algún momento se oía un leve quejido.
Sin embargo, sin hablar hindi, sentía que podíamos comunicarnos de corazón a corazón. Nos identificábamos porque ambas teníamos la misma alma dolorida. Y ellas, además, gran parte de su hermosa piel de mujer.
A veces era tan importante el porcentaje de superficie corporal quemada, que ambas sabíamos que no había ninguna posibilidad de salir adelante, sólo quedaba la mirada de consuelo y una caricia, mientras ella pedía a su Dios que se la llevara pronto y yo me unía en esa súplica.
Fue allí donde empecé a tejer la idea de crear una asociación que permitiera proseguir los tratamientos lo máximo posible. Establecer un plan de intervención médica, psicológica y asistencial y conseguir fondos para crear un dispensario que atendiera de forma ambulatoria y que pudiera asumir el coste de intervenciones quirúrgicas para las secuelas incapacitantes.

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