HIFTER JALIFA, EL OTRO CORONEL LIBIO

El pasado 14 de marzo, la cadena Al Yazira informaba sobre la llegada a Bengasi de un ex coronel del ejército libio, Hifter Jalifa, para hacerse cargo de las operaciones militares de los rebeldes del Consejo nacional Libio. Los medios internacionales le presentaron apenas como un antiguo opositor al régimen gadafista que vivía en Estados Unidos. Sin embargo, pocos saben que  Jalifa ha sido durante 20 años un empleado de la CIA y que con Gadafi tiene una enemistad personal. El periodista y escritor Alfonso Domingo, que cubrió como enviado especial la guerra que enfrentó a Libia con Chad hace 25 años, nos revela algunos detalles hasta ahora desconocidos del líder de los insurgentes libios.
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Refugiados libios en el campo de Shusha, Túnez.

FOTO  ©  Javier Videla

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Por Alfonso Domingo para GEA PHOTOWORDS

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Acabar con el líder libio, con el que hizo la revolución que derrocó al rey Idris, ha sido el “leif motiv” de toda la vida de Hifter Jalifa.  La suya es una enemistad que viene desde hace casi 25 años, en 1987, cuando el hoy líder militar de los rebeldes fue hecho prisionero en el oasis de Ma’atan Bishrah, al sur del país, en la guerra que durante dos años enfrentó a Libia con Chad y que acabó de manera desastrosa para las tropas libias.

A finales de noviembre de 1984, Libia ocupó la franja de Aouzu: Faya, Fada, Unianga y Ouadi Doum, en el norte de Chad, independiente desde 1975, rico en petróleo y uranio. Francia, en febrero de 1986, había enviado una fuerza de 1.400 legionarios, la llamada operacion Epervier, en apoyo a Hissen Habré, frente a la facción de Gukuni Ueddei, al que apoyaban los libios. Los franceses se ocuparon de la retaguardia, del apoyo aéreo y de armar a los chadianos, que tenían viejas y nuevas motivaciones para luchar contra los libios.

Ali Sheriff al-Rifi, o Hifter Jalifa –también le han llamado Haftar- se había hecho cargo de los restos de los 14.500 efectivos que Gadafi había enviado para su ofensiva. Estas tropas habían sido derrotadas los días anteriores por un enemigo inferior en número, pero equipado con vehículos y armamentos ligeros, los famosos Toyotas y ametralladoras automáticas AAA, además de los misiles Milan franceses anticarros. Frente a estas columnas motivadas y de gran movilidad, los libios, armados con material mucho más pesado, lento e ineficaz –tanques rusos T-55 y las orugas BMP 1- fueron derrotados con grandes pérdidas. Sólo en Fada dejaron abandonados más de 1.000 muertos.

El coronel Jalifa concentró a finales de agosto de 1987 los restos del contingente en los oasis de Tanoua y Ma’atan Bishrah -110 km dentro del territorio libio, en cuyo aeródromo militar se habían estacionado los aviones- y a pesar de su moral baja, organizó con ellos una nueva unidad, al estilo del enemigo que los había derrotado, con vehículos todo terreno y armas de infantería.

Días más tarde, 2000 chadianos se concentraron con sigilo al norte de Ouadi Doum, y la noche del 5 al 6 de septiembre atacaron el Oasis de Ma’atan Bishrah, en medio de una absoluta sorpresa. En una hora 1.700 soldados libios habían muerto, dos Mi-25 fueron derribados cuando pretendían despegar y 70 tanques fueron destruidos. Tras la rendición de los supervivientes, los chadianos destruyeron 26 aparatos libios, incluidos 8 Su-22s, MiG-21, MiG-23s, algunos Mirages y un Mi-25. Antes del amanecer, los chadianos estaban de vuelta en la frontera con algunos prisioneros. Ahí comenzó el declive de Jalifa y empezó a alejarse de Gadafi, que le había conminado a aguantar a toda costa y a sacrificar al último hombre antes de rendirse.

ESTREPITOSO FRACASO

A pesar de que las hostilidades –sobre todo por aire- continuaron durante algunas semanas más, la aventura Libia en Chad se había saldado con un estrepitoso fracaso. En un informe presentado por las autoridades de Yamena a las Naciones Unidas, declararon haber capturado, además de un centenar de tanques y otros vehículos, un total de 23 aviones, entre ellos varios migs y mirages de última generación y derribado 30. Los libios habían perdido cerca de 5000 soldados, y dos mil habían sido capturados.

Tanto los prisioneros como el material capturado a Gadafi no se quedaron en Chad. Cuatro trasportes Galaxy de la USAF fueron enviados a la capital chadiana para recogerlo. Algunos de los aviones más modernos, un considerable número de misiles antitanque y sofisticados equipamientos acabaron en Francia y EEUU.

En Yamena, el coronel Jalifa fue interrogado por agentes franceses y norteamericanos, que comenzaron a presionarle para que se uniera a la lucha de la raquítica oposición contra el régimen de la Yamahiría. El coronel durante un tiempo se mantuvo indeciso. Temía las represalias del régimen contra su larga familia en el interior del país. Sin embargo, cuando comenzaron a llegarle informaciones de que esas represalias ya se  estaban produciendo, desertó e ingresó en el Frente de Salvación Nacional Libio (LNSF, en inglés), el principal grupo de oposición a Gadafi, que contaba con el respaldo de la CIA. Jalifa consiguió además que los 2000 prisioneros se sumaran.

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Un refugiado mira por la ventana del bus que le ha llevado desde la frontera Libia hasta el campo de refugiados tunecino de Shusha, situada a 9 kilómetros.

FOTO  ©  Javier Videla

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ENTRENADO POR LA CIA

Inmediatamente, los libios fueron trasladados a bases del ejército norteamericano en Tampa (Florida) y como otros grupos al estilo de la “contra” nicaragüense, recibieron entrenamiento militar en el uso de armamento estadounidense y tácticas de guerrilla, durante casi un año. A principios de 1989 fueron trasladados al norte de Chad, donde instalaron sus bases de cara a una invasión que se produjo en la primavera.

No tuvo éxito en esa primera incursión. El régimen libio estaba esperándolos –quizá había tenido informaciones de sus agentes en el Chad, o alguna indiscreción de los propios soldados- y tardaron poco tiempo en derrotarla. Y Jalifa, dejando sobre el terreno algunas decenas de muertos, volvió a sus bases chadianas, donde con su milicia estuvo hostigando la frontera libia hasta que Hissen Habré fue derrocado por un rival apoyado por Francia, Idriss Déby, en 1990. Además, el presidente George Bush quiso introducir un giro a la política de su antecesor, Ronald Reagan, al que le habían estallado los escándalos de la “contra” y el “irangate” en la última parte de su mandato.

Desmantelada la guerrilla del Frente de Salvación Nacional Libio, Jalifa se trasladó a los Estados Unidos, donde se instaló en Vienna, una población cercana a Virginia, en las afueras de Washington, DC, a cinco millas de Langley, la sede de la CIA. Aparentemente, no tenía ocupación tanto para mantenerse como para ocuparse en ayudar a su numerosa familia, alguno de cuyos miembros había conseguido salir de Libia. En realidad, trabajaba para la agencia de inteligencia, que estaba muy interesada en acabar con el régimen libio, no sólo por los enfrentamientos directos entre los dos países de Marzo y abril de 1986 y enero de 1989, sino sobre todo por el atentado de Lockerbie.

Desde hace una decena de años se ha hecho público en varios medios –entre ellos Le Monde Diplomatique-, que la conexión Jalifa con los EEUU y la CIA data de los años 90. En ese tiempo, Jalifa ha estado detrás de varios intentos por derrocar a Gadafi, al menos en 1993 y 1996. En ese último año, el Washington Post (26 de marzo de 1996) citando a varios testigos, le identificó como el máximo responsable del intento de golpe. Otro informe del Servicio de Investigación del Congreso del 19 de diciembre de 1996 contaba que el gobierno de Estados Unidos prestaba ayuda financiera y militar a la LNSF y un buen número de sus miembros fueron trasladados a Estados Unidos.

El hecho de que el papel del ex coronel Hifter Jalifa durante estos veinte años a sueldo de la CIA no haya sido aireado por apenas ningún medio de comunicación demuestra que a pesar de las buenas intenciones y las buenas razones que tuviera la auténtica oposición popular que estalló en la rebelión inicial contra la tiránica y corrupta dictadura de Gadafi, esa rebelión está tomado ya otros rumbos.

¿QUÉ FUE DE AHMED AL ALAWAAS, «JOAQUÍN»?

La primera vez que oí hablar del coronel Jalifa fue en 1989, en Madrid, de boca de Ahmed Al Alawaas Hakim, alias “Joaquín”, un intérprete personal del coronel Muammar Gadafi al que conocí en marzo de 1986 en Trípoli, donde yo había llegado como enviado especial de Diario 16.

Debía tener unos 30 años, y era de caracteres europeos –rubio, ojos claros-, algo rechoncho, con gafas. Hablaba seis idiomas: inglés, francés, alemán, italiano y castellano –que podía pronunciar con acentos de varias zonas de España-, tenía una risa franca y contagiosa y era un gran lector de libros históricos. El 24 de marzo de 1986 cazas norteamericanos derribaron dos aviones libios y hundieron dos patrulleras. Enseguida me llegó la noticia de que un pesquero español había recogido a los náufragos de esa patrullera y los traía al puerto de Trípoli.

Allí fui inmediatamente, y pude ver como los libios colmaron a los marineros de regalos para sus hijos, en agradecimiento por aquel salvamento. Fue una noticia destacada en los telediarios españoles. En aquel momento yo era el único periodista occidental en Libia, y lo fui durante 48 horas. Ahmed fue uno de mis informadores de aquellos días, como también durante los bombardeos norteamericanos del 15 de abril de Trípoli y Bengasi.

Ahmed El Alawaas Hakim, “Joaquín”, tal y como le gustaba que le llamaran era, desde 1985, uno de los hombres de confianza del coronel Gadafi en las entrevistas que mantenía con dirigentes políticos, inversores y empresarios españoles. En aquellos momentos muchas delegaciones visitaban Trípoli, políticos españoles de todo el espectro ideológico. Por allí desfilaron desde gente de UCD y el partido andalucista hasta militares de extrema derecha.

Un buen día de 1988 me llamó “Joaquín”. Meses antes había hecho una escala técnica en Madrid, en un viaje a otro país y se había entregado a las autoridades españolas pidiendo asilo político. Me contó, sin entrar en detalles, que había visto demasiadas cosas terribles del régimen y que no quería ser más cómplice.

A pesar de que se filtró que la CIA o el CESID le pagaban, lo cierto es que “Joaquín” vivía con gran estrechez. Yo le socorrí en lo poco que pude. Comenzamos a escribir un libro sobre Libia, que creímos necesario. Pero un buen día, me dijo que se marchaba, que se había convencido de que debía militar en la oposición libia y que se marchaba con el coronel Hifter Jalifa.

Me contó retazos de su historia y de lo que se estaba preparando. Había planes de invasión desde el norte del Chad. A pesar de mis reparos, sabía dónde se estaba metiendo, y no me negó que los americanos estuvieran detrás de todo el tinglado. Era, si no recuerdo mal, principios de 1989. Desde entonces no volví a saber más de Ahmed Al Alwaaras Hakim.

Y algunas veces me pregunto que habrá sido de él.

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Alfonso Domingo, periodista, documentalista y escritor, ha trabajado en diarios, semanarios, radios y TV. Especialista en información internacional, reportero de guerra, director de documentales, en su haber figuran más de cien trabajos, dos novelas premiadas (“La madre de la Voz en el Oído” (Ed. Fundamentos, 1992), III Premio Feria de Libro de Madrid y “La Estrella Solitaria” (Algaida, 2003), VII Premio de novela “Ciudad de Salamanca”), además de varios libros de ensayo, relatos y viaje.

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