HIPOCRESÍA Y COMERCIO JUSTO

Los datos hablan por sí solos. A finales del siglo XX las tres personas más ricas del mundo tenían activos que superaban el PIB combinado de los 48 países menos adelantados donde habitaban 581 millones de personas. El comercio justo se plantea como una de las soluciones ante este desequilibrio. Pero, ¿qué pasa cuando las propias multinacionales que provocan esas desigualdades venden en sus grandes superficies productos de comercio justo? En este artículo se aportan algunas claves para entender este hipócrita planteamiento.

 

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Mujeres campesinas de Guatemala.

Foto © Alfons Rodríguez, miembro de GEA PHOTOWORDS.

 

Por María Álvaro Navarro para GEA PHOTOWORDS

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Si nos fijamos en lo que se conoce como «pobreza multidimensional», es decir, aquellos que son pobres absolutos en varias dimensiones como la salud, la nutrición, la educación, la vivienda, el acceso a la electricidad y saneamientos o la disponibilidad de agua y combustible para cocinar, vemos como más de 1.750 millones de personas se encuentran en esta situación, lo que supone el 25% de la población mundial. El número de personas muy ricas ha aumentado desde el año 2000 hasta el 2009 en casi el doble y los millones de personas subnutridas sigue sin parar de aumentar y la cifra supera ya los más de 1.000 millones de individuos. Podríamos seguir dando más y más datos pero en resumen se podría decir que el mundo es hoy más desigual que en cualquier otro periodo desde la Segunda Guerra Mundial.

Los mecanismos injustos del comercio internacional y la desregulación con la que operan las grandes empresas favorecen esa concentración de riqueza e impiden al mismo tiempo la redistribución de los beneficios empresariales para luchar contra la pobreza. El comercio internacional tal y como se plantea desde las lógicas neoliberales deja fuera de su acceso a millones de personas que podrían beneficiarse de la capacidad de este para reducir la pobreza. Las desigualdades entre las zonas enriquecidas y empobrecidas se han acrecentado en las últimas décadas, ya que las normas y las instituciones que rigen el comercio internacional favorecen a los países desarrollados y no permiten a los países menos adelantados (PMA) su derecho a la soberanía alimentaria y a decidir si quieren formar parte del comercio internacional y de qué manera quieren hacerlo.

La soberanía alimentaria es definida por el Movimiento Vía Campesina como: «El derecho de los pueblos a definir sus propias políticas de agricultura y alimentación, a proteger y regular la producción y el comercio agrícola interior para lograr sus objetivos de desarrollo sostenible, a decidir en qué medida quieren ser autónomos y a limitar el dumping de productos en sus mercados».

Según la organización Oxfam International si tan solo se viera incrementado un 1% la participación en las exportaciones mundiales de África, América Latina y el sudeste asiático, el aumento de los ingresos podría liberar a 128 millones de personas de la pobreza. En teoría desde los países más desarrollados se trabaja para buscar formas de reducción de la pobreza pero las prácticas económicas y comerciales muestran como la lógica sigue siendo que para el crecimiento económico de muchos países, otros tienen que hundirse en la pobreza.

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HIPOCRESÍA

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Los países desarrollados actúan bajo la premisa: libre comercio o proteccionismo según convenga. Y esto puede verse por ejemplo en que las exportaciones de los países en vías de desarrollo hacía los países ricos se enfrentan a barreras arancelarias cuatro veces superiores que cuando esto sucede al revés, siendo por tanto unas normas comerciales consideradas injustas e hipócritas por parte de los países ricos. Lo mismo sucede cuando desde organismos como el FMI o el BM presionan a los países empobrecidos para que abran sus mercados de manera abrupta, con las consecuencias negativas que tienen en muchos casos para estos, mientras que los países del Norte actúan con barreras proteccionistas a productos que provienen del Sur. Según el PNUD “de abolirse todas las barreras que imponen los países ricos a las mercancías de los PMD, el aumento de las exportaciones equivaldría al doble de lo que reciben en concepto de Ayuda Oficial al Desarrollo (AOD)”.

La hipocresía es la base del comercio internacional “haz lo que yo digo, no lo que yo hago”. La actuación de los países ricos que dicen tener entre sus máximas acabar con la pobreza no se corresponde con las prácticas del comercio internacional que demuestran sino todo lo contrario. Porque libre comercio, no es lo mismo que comercio libre.

Los datos anteriormente citados ya dejan claro el porqué existe el Comercio Justo como alternativa surgida en los años cincuenta al sistema de comercio convencional injusto y desigual que hemos descrito. Responde a la necesidad de que el comercio mundial y la producción estén al servicio de las personas teniendo como ejes principales los derechos de los trabajadores y trabajadoras y el respeto al medio ambiente.

Muchos expertos señalan como el Comercio Justo se encuentra en un momento de su desarrollo clave en el que los movimiento y las organizaciones que trabajan en este campo, deben decidir qué camino tomar.  La pregunta base para la reflexión es: ¿Hacia dónde queremos que vaya el Comercio Justo?

Quizás los mayores debates y discrepancias se empezaron a dar en nuestro país cuando en marzo de 2004 la Coordinadora Estatal de Comercio Justo aprobó la Iniciativa Nacional del sello FLO para certificar los productos del Sur en España. Desde la perspectiva «tradicional y dominante», discurso apoyado por Oxfam, se defiende que el objetivo se encuentra en aumentar las ventas de los productos para que esto reporte los máximos beneficios a productores del Sur. Pero, ¿a qué precio? El precio ha sido que las grandes superficies hayan entrado a vender productos de Comercio Justo y sí, por ejemplo en España el consumo de estos productos creció un 6% en 2012 alcanzando los 28 millones de euros. Esto son datos del informe “El Comercio Justo en España 2012. Alianzas en movimiento” aunque como en él también se destaca, a pesar de que se ha producido un aumento en la venta de productos de alimentación ha caído la venta en las tiendas de Comercio Justo, como también de los artículos de artesanía.

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CONTRADICIONES DEL COMERCIO JUSTO

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Se ha permitido que empresas como Nestlé, Mcdonalds o grandes superficies como Carrefour, vendan productos de Comercio Justo cuando ellos son el máximo exponente de la injusticia y los abusos hacia los productores del Sur. Que las grandes cadenas o superficies comerciales vendan este tipo de productos es más bien para ellos un lavado de cara para su imagen.  ¿Realmente les preocupa que el comercio sea más justo y equitativo cuando en sus vitrinas siguen estando productos que violan flagrantemente los derechos humanos y los derechos medioambientales? La respuesta es un rotundo no. Quizás el camino que debe seguir el comercio justo es alejarse de que el único objetivo sea ampliar los mercados y lograr el aumento de las ventas independientemente de quién y cómo lo venden.

Pero ¿Cómo se logra que las grandes superficies vendan productos de Comercio Justo?

A través de del sello FLO (Fairtrade Labelling Organization). Este sello difiere mucho de la certificación que realiza por ejemplo la IFAT (International Fair Trade Association) o los llamados sellos participativos que son certificaciones de los procesos de producción y comercialización controlados por los propios productores. El sello FLO certifica las condiciones de trabajo y elaboración de los productos del Sur sin tener en cuenta quien los distribuye ni quien los comercializa en los países del Norte. Muchos críticos destacan como el sello FLO reduce la capacidad de control del pequeño productor sobre el proceso de comercialización de su producto.

Las relaciones de Comercio Justo pasan a basarse en muchos casos en una relación comercial en donde el buen precio que ofrece una cadena comercial obliga a los productores a vender sus productos a estas grandes superficies sin que estén de acuerdo con el sistema comercial que estos emplean. Además, se dan muchos casos en los que la demanda de productos alimentarios aumenta en tal medida que los productores de Comercio Justo se ven obligados a aumentar la producción y a centrarla en pocos productos. “Aliarse con los poderosos abre caminos fáciles y con resultados rápidos” pero lo que nos deberíamos plantear es si queremos ir en esta dirección o queremos que el Comercio Justo no se aleje de sus planteamientos morales y éticos por el simple hecho de aumentar las ventas más y más.

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María Álvaro Navarro es licenciada en Comunicación Audiovisual y actualmente es estudiante de periodismo y de Máster en Comunicación Social. Está implicada de forma profesional en instituciones como Cruz Roja Comunidad de Madrid.

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