HOGGAR

El macizo montañoso del Hoggar, situado al sur de Argelia conforma uno de los paisajes más dramáticos del gran desierto africano. En la cumbre del Assekrem, una de sus moles volcánicas, Charles de Focauld construyó una ermita desde donde se puede contemplar uno de los más hermosos amaneceres africanos.

 

El Hoggar argelino.

FOTO  ©  Sara Janini, miembro de GEA PHOTOWORDS

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H O G G A R 
Por Gerardo Olivares, miembro de GEA PHOTOWORDS

 

A finales de junio el termómetro de nuestro Seat Panda marca 52ºC. Estamos entrando en la ciudad de Tamanrasset agotados y desesperados por encontrar alguna sombra en la que cobijarnos. Nuestro intento de atravesar el Tanezrouft -en la lengua tuareg significa allí donde no hay nada- para alcanzar la frontera con Malí, había sido un fracaso. A pesar de nuestro empeño en adentrarnos en una tierra en la que es imprescindible un todo terreno, nuestra tozudez no pudo con este desierto peligroso y lleno de trampas. Cada pocos kilómetros Jesús y yo teníamos que descargar el coche y sacarlo a pulso de la arena blanda, casi en volandas, para poder continuar. Pero el calor y la escasez de agua nos terminaron por convencer de que lo mejor sería salir de allí cuanto antes. Sabíamos que cada año el Tanezrouft se cobra un buen número de viajeros incautos e inconscientes como lo habíamos sido nosotros. Entre sus víctimas, una pareja de alemanes que dejaron la música de su 4X4 encendida toda la noche y nunca más pudieron arrancarlo. Cuando los encontró el ejército argelino descubrió que antes de morir se habían bebido hasta el agua del radiador.

 

Nuestro viaje hacia el norte nos llevaría por la mítica Transahariana, una de las cinco grandes rutas que atraviesan el Sahara de norte a sur, hacia el macizo del Hoggar, uno de los más hermosos paisajes del desierto argelino. Nada más abandonar Tamanrasset comenzamos a vislumbrar en el horizonte sus grandes picos de piedra volcanica, cuya mayor altitud la alcanza el Tahat con 2968 metros. Conforme nos adentrábamos en el Hoggar e íbamos ganando altura, la temperatura empezó a descender y justo antes de la caída del sol nuestro termómetro marcaba unos más que reconfortantes 25ºC. ¡Quién nos iba a decir que aquella noche tendríamos que arroparnos! Era la primera vez en mucho tiempo que sentíamos la sensación de frescor.

 

A la mañana siguiente seguimos la pista empedrada hacia el Assekrem donde el padre Focauld construyó una ermita en su afán por difundir el cristianismo entre las tribus nómadas. A cada rato nos cruzábamos con familias tuareg que nos ofrecían sabrosos dátiles de sus oasis y que tienen fama de ser los más sabrosos de Argelia. Estos nómadas pertenecen al clan de los Imuhagh, cuyos antepasados ya poblaban estas tierras hace 20.000 años. El paisaje que atravesábamos era más que grandioso. La pista serpenteaba entre un laberinto de formaciones rocosas que trepaba hasta la cumbre del Assekrem. A duras penas llegamos en el momento oportuno, justo antes de que el sol se ocultara. Y es entonces cuando el Hoggar se convierte en un lugar mágico del gran desierto africano. Conforme el sol se atenuaba, los enormes picachos de piedra iban adquiriendo una tonalidad de un rojo tan intenso que parecían pequeños faros salpicados en la infinita llanura. Poco a poco el paisaje iba desapareciendo, como en un fundido a negro, dejando iluminados solo las moles de piedra.

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