INGENIEROS INTOCABLES (y II)

Las castas más bajas de India han encontrado un hueco para sortear su destino: formación y nuevas tecnologías. Con varios centros al estilo Silicon Valley, India crece, produce y exporta un sinfín de ingenieros al mundo. Y en ese territorio importa el mérito, no el origen. Esta es la historia de éxito de cuatro jóvenes intocables, la prueba del poder de cambio de la educación. Este reportaje se publicó el pasado domingo 8 de abril en EL PAÍS SEMANAL. Su autora, Lola Huete Machado viajó a las ciudades indias de Anantapur, Bangalore y Hyderabad en compañía del fotógrafo Ángel López Soto, nuestro compañero en GEA PHOTOWORDS, para realizarlo. Esta es la segunda y última entrega.

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“Soy testing engineer”, dice expresivamente Lathamma Sake. (Click en la imagen para ver slideshow)

FOTO   ©   ANGEL LÓPEZ SOTO, miembro de GEA PHOTOWORDSVista previa

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INGENIEROS INTOCABLES `MADE IN INDIA´
Por Lola Huete Machado

 

La formación de los marginados, ese sueño del catalán Vicente Ferrer desde que aterrizó en tierras de Anantapur (entonces, sumido en la pobreza absoluta), lo representa bien la figura de otro dálit, Bhimrao Ambedkar, tan revolucionario y famoso dentro del país como lo puedan ser Gandhi o Nehru. La estatua de Ambedkar, bien dorada (es una moda, cualquier adinerado se encarga su efigie), se levanta por doquier en los cruces de caminos y es como un recordatorio de que la abolición de las diferencias sigue siendo work in progress. “En la Universidad no miran de dónde procedes. Ni castas, ni religión, ni dinero; allí somos iguales. Creo que el éxito es saber estar en todas partes… eso y estudiar sin parar, sin mirar lo que hace el otro”, señalará luego Subhashini Vadathe, de 22 años, de la casta tribal, ingeniera ilusionada y querida en una gran empresa de software, Virtusa.
Ambedkar no vio contradicción entre ciencia, tecnología y tradición… Y fue quien dio esperanza a los marginados de India. Él mostró en sí que podían trascender su condición social hereditaria: fue uno de los principales redactores de la Constitución del país en 1950. Definió la jerarquía de castas como “escala ascendente de odio y descendente de desprecio”, tal como cuenta Edward Luce, periodista del Financial Times, en un libro magnífico, A pesar de los dioses. El extraño ascenso de la India moderna.
Vicente Ferrer hizo hincapié también en esa unión entre la India rural más pobre con la educación y las nuevas tecnologías, un boom ya cuando él murió en 2009: de hecho, el 61% de los universitarios becados por la FVF son hoy ingenieros. Al desaparecer, Ferrer dejó la organización igual de activa a manos de su mujer, Anne Perry (ya antes encargada de todo asunto práctico), y de su hijo Moncho. Y, además de una herencia material (tres hospitales, 3.000 pozos, 1.200 escuelas de refuerzo, casi 40.000 viviendas sociales…), dejó otra inmaterial y valiosa: un servicio de apoyo integral en educación, vivienda, sanidad o ecología a cerca de tres millones de personas que nunca antes lo habían tenido (como ahora mismo sucede con las tribus chenchu de los bosques de Andhra Pradesh, víctimas de la deforestación).
La FVF ha sabido usar, gracias a un equipo de personal y voluntarios bien capacitado, la paciencia y la perseverancia como armas eficaces en sus más de 40 años de historia en Anantapur. Allí, su sede –campus lo llaman– es cual oasis silencioso y ordenado en medio del caos; un puro centro de descompresión que ha ido creciendo con los años, y donde, además de la residencia de la familia Ferrer, hay oficinas y habitaciones para personal y voluntarios que van y vienen. Cruzas la entrada y es como atravesar la galaxia. El trabajo de la FVF es exquisito, de hormigas que hacen camino: se ve en sus escuelas de refuerzo de colores, en los centros de reunión de las comunidades, en las casas y los hospitales, y, quizá, hasta en el silencio y el espacio creado alrededor de la tumba de Ferrer dentro del recinto de uno de ellos, en Bathalapalli (en un país tan hacinado). “Para acabar con la discriminación, nosotros usamos la más efectiva de las herramientas: la educación”, seguía Moncho Ferrer en Bilbao.

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La madre de Lathamma Sake cocinando.

FOTO   ©   ANGEL LÓPEZ SOTO, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Los beneficiarios del Programa de Becas Preuniversitarias de la FVF (1.291) han ido a estudiar a los mejores centros (de ellos, 127 son ingenieros ya graduados, otros 667 estudian aún). Entre ellos, Lathamma, Manjuntha, Shatru o Subhashini representan varios estadios de evolución. Mientras Shatru Naik, curtido y con bigote, está en la división de los expertos e independientes (empezó su carrera trabajando en la escritura de códigos y programas; lleva 13 años de experiencia en compañías de software; en 2004 se inició en la gestión y dirección, y se ocupa ahora de crear estrategias de negocio), otros acaban de empezar o de conseguir su primer empleo. Pero son ya profesionales de tecnologías de última generación, y estas han introducido en la sociedad india algo no siempre obvio o común: son los méritos individuales los que te hacen subir, no tu origen. Lo saben bien. Y sus retos han sido inmensos: separarse de la familia, enfrentarse a la ciudad desconocida, dar la talla ante tal privilegio, estudiar en lengua telugu o kannada, y pasar luego a inglés, dominar determinadas capacidades comunicativas, “soft skills” las llaman… Característica esta muy elástica, como veremos: a Manjunatha, por ejemplo, le cuesta abrirse; Subhashini sonríe todo el tiempo y se hace amiga; Shatru no para de añadir contexto: “Las matemáticas son una especialidad india, hasta el cero como número lo es; las ciencias y la programación eran nuestro destino; Rajiv Gandhi, el ex primer ministro, dio el empujón con las reformas en 1990, la educación es hoy interés generalizado”. Y Lathamma se presenta con un “Soy testing engineer, soy eso”, bien expresivo. Todos tuvieron que demostrar inteligencia, capacidad, entereza, objetivos claros y ganas de enfrentarse al establishment familiar y local, al cambio, y al hecho de convertirse en los primeros, y quizá únicos, universitarios de su entorno.

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Shatru Naik en Skillbell durante el montaje de una película.

FOTO   ©   ANGEL LÓPEZ SOTO, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Los acompañamos. Vamos a sus empresas, a sus casas en la ciudad y a ver a sus familias en las aldeas, en un programa tan apretado como este texto. Nos sentamos en el rellano de la vivienda colorista de Lathamma a ver a su madre calentar el fuego para el té con las boñigas de vaca, o a los niños cantando a lo lejos en la misma escuela que ella frecuentó un día cuando su padre recogía hojas de palma y era sirviente al mando de otros. Lathamma, morena, grandes ojos, amable y sobria nos dijo: “Solo quiero mejorar, prosperar, ganar dinero, no depender de nadie, mejorar la situación de mi familia; así, mi carrera es prioritaria. ¡Hasta he acordado con mi padre que no me agobie con temas de boda en dos años!”. Su madre, muy activa en la comunidad, sonríe. “La gente aún nos pregunta por qué gastamos tanto dinero en la educación de las niñas, es mejor concertar un buen matrimonio, afirman, y les digo que yo nunca voy detrás de los tiempos, sino delante. Y si nuestra generación no pudo ser independiente, ellas lo serán”, apunta el padre. Y se ríe cuando le decimos que es un moderno. Descansamos en el porche con la familia de Subhashini al completo, en Puttagundlapalli, una suerte de asentamiento con 42 casas similares en las que conviven un centenar de tribales (generalmente no se mezclan, se casan entre ellos) que antes se dedicaban a la recogida y venta de leña y desde hace 15 años tienen tierras.
Nos presentamos en la vivienda de los progenitores de Shatru –con parada y festejo previo en el centro de su pueblo, Makodiki Thanda, donde es una celebridad–, que son como sacados de un cuadro de principios de siglo: campesinos de cuerpo menudo y roto, gafas a lo Gandhi, esos ojos verdes inmensos de su madre bien abiertos, en una casa repleta de gente y rodeada de verde por todas partes menos por las palmeras y el azul del cielo. Una construcción de cemento, iniciada con ayuda de la FVF, como las demás, sin muebles, apenas unos colchones. Y pasamos una tarde también con los de Manjunatha, en su casa verde, limpia y nueva, donde nos contaron, coco abierto en mano, cómo el ejemplo de estudio de su hijo ha cundido en su nuera y entre los dálits que habitan aquí; mientras los escolares, libros en mano, se acercan desde la escuela a mirar, huele a comida cercana y suena la llamada al rezo de las familias musulmanas vecinas con las que conviven en paz en un mundo ya no tan pequeño.

 

Para ver una amplia selección de fotos de este reportaje haz click en este enlace

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Lola Huete Machado es Licenciada en Psicología en Madrid y Master de Periodismo UAM/EL PAIS en 1992, entra a formar parte del periódico un año después. Trabaja en desde 2003.

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