JAPÓN SEIS MESES DESPUÉS

Mucho se ha escrito sobre el seísmo y posterior tsunami que el pasado 11 de marzo arrasó Japón. Miles de muertos, poblaciones enteras devastadas y la posterior crisis nuclear. Todo ello lo conocemos gracias al constante goteo de noticias. Los medios nos informaron de todos los detalles de la tragedia pero ahora, seis meses después, es hora de analizar la reacción de los propios japoneses ante lo que ha sido el peor terremoto de su historia. Ahora, Japón puede mirar hacia delante con optimismo, en parte, gracias al carácter de sus gentes. ¿Cómo vivieron los japoneses estos sucesos?

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FOTO © Belén Silves Reneo

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Por Belén Silves Reneo para GEA PHOTOWORDS

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Los días inmediatamente después, ciudades como Kyoto, donde prácticamente no se sintió el seísmo, se llenaron de colegiales pidiendo ayuda para los afectados. Todo el mundo continuó en su puesto de trabajo. No había miedo en la calle. La normalidad invadía las zonas no afectadas. El aeropuerto de Osaka, en el sur del país, estaba abarrotado de gente que quería abandonar el país, pero todo funcionaba perfectamente y con una eficacia sorprendente.

Las personas que estuvimos allí durante esos días fuimos testigos de una de las mayores tragedias del país. Un drama que ocupaba las portadas de todos los medios a diario. Pero ese drama nunca se convirtió en pánico. Tokyo recuperó su actividad en apenas 24 horas. Los trenes shinkansen volvieron a circular y en la estación de Shinjuku el metro pasaba de nuevo puntual cada dos minutos. Una actividad que ni siquiera se vio afectada por el centenar de réplicas que sucedieron al terremoto del día 11.

Hoy, seis meses después, todavía quedan más de 90.000 personas viviendo en centros de evacuación, según estima Médicos Sin Fronteras. En la ciudad de Fukushima los niveles de radioactividad exceden ampliamente los estándares internacionales de seguridad para la población infantil, lo que puede afectar al desarrollo normal del curso escolar, según informó Greenpeace el pasado 29 de agosto. Pero Japón no se detiene y hoy mira hacia el futuro más unido que nunca. Todo un ejemplo para el mundo.

UN PUEBLO DIFERENTE


Todo el mundo que viaja a Japón vuelve enamorado del país, pero sobre todo de sus habitantes. Amables ante todo, serviciales, honrados y, aunque fríos, son gente que destila cariño. Si tratan así a las personas que no conocen, no extraña que con su propio pueblo la solidaridad sea tan grande. El primer ministro, Naoto Kan, renunció a su sueldo. Los hombres de mayor edad se ofrecieron voluntarios para exponerse a la radiación de Fukushima. Y ahora son las empresas las que se esfuerzan por ahorrar energía. Sony, por ejemplo, se ha comprometido a apagar el aire acondicionado a partir de las seis de la tarde. Éstos son sólo algunos ejemplos, pero la calle está repleta de muchos más.

Y es que el grupo está por encima del individuo. Es la máxima de este pueblo. La obediencia, el deber y el sacrificio son valores que han heredado de los samurais. Pero hoy en día, la globalización y la influencia de Europa y América hacen que dichos principios se tambaleen. Japón se debate entre las viejas tradiciones y la presión de jóvenes generaciones que sintonizan más con la mentalidad occidental. Modernidad y tradición se enfrentan en las calles cada día. Así, en Harayuku los jóvenes se pasean con sus más excéntricas ropas, imitando personajes de manga, mientras que en el templo Meiji las bodas tradicionales siguen su ritual como si no pasara el tiempo. Y sólo unos metros separan ambas escenas. Japón es un país de contrastes.

Sin embargo, catástrofes como la del 11 de marzo no hacen sino fortalecer el espíritu nacional. Y es que, aunque hayan cambiado las conductas, la mentalidad todavía es muy tradicional. David Esteban, ingeniero y autor del blog “Un español en Japón”, vive en Japón desde el año 2005. Considera que “el japonés actual es conservador en su toma de decisiones, más prudente y precavido que cualquier español medio. Les gusta tener todo controlado en la medida de lo posible, para ello han construido una sociedad de normas y una educación basada en la responsabilidad de cumplirlas”. Tras una catástrofe de este tipo no dicen “¿Por qué me ha pasado esto a mí?”, sino que se resignan y pasan inmediatamente a organizar la recuperación del país.

Pero el hecho de no hacer ostentación del dolor, no significa que carezcan de él. Makiko Sese nació en Japón y desde hace dos años vive en Madrid. Es profesora de japonés y comenta que los españoles y los japoneses son diferentes en todo: comportamiento, reacciones, la manera de vivir, de pensar, de ser… “En España se habla mucho, en Japón se callan las palabras”. El silencio se valora y se respeta.

LOS TESTIMONIOS


Cuando vivía en Japón, Makiko-san sentía terremotos muy a menudo. “Tenemos un protocolo de actuación y estamos acostumbrados a estas situaciones, todo está muy bien organizado. Si el terremoto es grande, paramos y salimos a la calle. Si es pequeño, no pasa nada, nos quedamos dentro del edificio y seguimos con lo que estuviésemos haciendo. Pero nunca he estado en un terremoto grande, lo máximo ha sido de magnitud 4.0.” Rara vez abandonan su puesto de trabajo. La tarde del 11 de septiembre, en las cadenas de televisión nacionales, los presentadores de las noticias realizaban el informativo con un casco de seguridad.

Makiko-san no pudo hablar con su padre hasta nueve horas después del seísmo. Él estaba encerrado en su oficina, en la prefectura de Kanagawa. “Se quedaron sin electricidad así que no pudieron salir a la calle. Mi padre es una persona muy tranquila, se quedó tomando una cerveza. Luego, no pudo volver a casa después del trabajo porque no funcionaban los transportes. Algunas personas tuvieron que volver a casa andando, otras se quedaron en el lugar de trabajo. Pero al día siguiente los transportes (metro, trenes, autobuses) ya estaban restablecidos.” Con sus amigos residentes en la prefectura de Sendai no pudo contactar hasta 5 días después.

David Esteban también estaba en España el pasado 11 de marzo. Recuerda aquel día como un infierno. En cuanto se enteró de lo sucedido intentó contactar con sus amigos. “Las líneas de voz estaban colapsadas, lo que hizo que mi intranquilidad aumentara aún más. Recurrí a twitter y, afortunadamente, las conexiones de datos funcionaban bien, en twitter la gente daba mensajes de tranquilidad, diciendo que estaban bien e informando de la situación. (…) Afortunadamente, todos estaban bien, pero bastante afectados, las réplicas se sucedían y muchos de ellos estaban desconcertados. También hubo un caos informativo, en Japón se desconocían muchos datos y en los medios españoles reinaba el amarillismo”.

Muchos extranjeros residentes en Tokyo decidieron trasladarse unos días a Kyoto, al sur del país. Allí el temblor apenas se sintió y la ciudad estaba lo suficientemente alejada de la zona afectada por la radiación. Todos coincidían en sentirse seguros. Aquellas personas que decidían abandonar el país lo hacían sólo de forma temporal y para tranquilizar a sus familias. Parecía mentira que aquellas imágenes que nos llegaban fueran reales y tan cercanas.

LAS CIFRAS


El terremoto y posterior tsunami del pasado 11 de marzo ha sido la peor catástrofe del país en toda su historia. Y es que fue el mayor seísmo desde que Japón empezó a registrar datos hace 140 años. Un temblor de tierra de magnitud 8,9 en la escala Richter que provocó a su vez un gigantesco tsunami, con olas que llegaron a los 10 metros de altura, llevándose todo lo que encontraron a su paso en la costa noreste del archipiélago. Barcos, granjas, coches, árboles… todo quedó arrasado. La vida se paró en poblaciones como Sendai. 16.000 muertos, 8.000 desaparecidos y 6.000 heridos son las cifras oficiales. Además hay que contar que muchas personas, aunque no sufrieron daños físicos, resultaron afectadas psicológicamente.

En el aspecto económico, el mayor problema en estos momentos reside en que sectores como la agricultura, la ganadería y la pesca, se han visto trágicamente afectados. Se ha prohibido la venta de los productos primarios originarios de las prefecturas afectadas y las medidas para controlar el riesgo de radiación son muy estrictas.

Sin embargo, la vida se desarrolla con normalidad en las grandes ciudades. Sólo ciertas medidas de ahorro de energía nos recuerdan la tragedia. Así, quienes viajen a Tokyo se encontrarán una postal diferente a la que han visto en las guías de viaje. Hoy es una ciudad apagada, los grandes carteles luminosos no brillan cada noche porque la capital nipona está compartiendo su energía con las zonas que se han quedado sin recursos. La recuperación del país es máxima prioridad para todos.

Y es que Japón es un país acostumbrado a emerger de las ruinas de sus terremotos, como ya lo hizo en el año 1995 tras el gran terremoto de Kobe. En este sentido, David Esteban afirma confiar en los japoneses, en su saber hacer y su orden. “En tareas prioritarias son metódicos y estrictos, tienen un sentido de la unidad y la responsabilidad enorme. Creo que la gente japonesa (no precisamente su gobierno) ha dado un ejemplo al mundo con su actuación en los momentos más duros para el país. No obstante, esto es una catástrofe sin precedentes que no se olvidará”.

El desastre tendrá un coste de entre 140.000 y 200.000 millones de euros. Será la más costosa de su historia, y aún así, Japón puede hacerla frente.

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Belén Silves Reneo. Licenciada en Periodismo por la Univesidad Complutense de Madrid. Actualmente trabaja como técnico editorial en el departamento de suministro documental de la editorial La Ley, del grupo Wolters Kluwer.

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