LA OTRA CARA DEL CONSUMO (II)

La necesidad de vigilar lo que compramos es un asunto de máxima importancia. Y no sólo por las continuas vejaciones a los derechos laborales más básicos que hacen muchas de las grandes marcas. Según un reciente informe de Greenpeace, muchas de ellas incluyen en la composición de sus tintes, tóxicos que afectan negativamente a la salud del planeta y a la nuestra propia. Empresas españolas como Inditex y Mango ya han suscrito un compromiso para eliminarlos de sus cadenas de producción. Pero, ¿y el resto?. En la entrega de hoy analizamos el consumo en el sector textil.

 

Centro Comercial Siam Paragon. Bangkok.

FOTO  ©  Als

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Por Alba Sánchez para GEA PHOTOWORDS

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MODA SIN DERECHOS

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No son pocas las ONG que se han puesto manos a la obra en el arte de enfrentarse a los titanes empresariales más temidos del sistema capitalista. Los rumores sobre las malas prácticas de algunas marcas siguen proliferando. Es el caso de Adidas, por ejemplo. La Fundación Setem ha denunciado que la gran marca deportiva se niega desde mayo del presente año a indemnizar a los 2.800 trabajadores de una de sus fábricas proveedoras en Indonesia después de que cerrara tras la huida de su gerente sin motivo justificado. Tras la noticia se esconde la infamia: los trabajadores cobraban 0,60 céntimos de euro por hora. La fábrica gano el año pasado 11.390 millones de euros, según declaró la propia empresa en su informe financiera, con un crecimiento de un 7% bruto en el último año.

La industria textil ha hecho su particular agosto llevando su producción a países en vías de desarrollo. Adidas no es el único caso. Firmas tan exclusivas como Tommy Hilfiger, Ralph Lauren, Armani, Hugo Boss o Levi’s son suministradas por subcontratas que fabrican sus productos en países como Haití, China, La India, Tailandia o Corea entre otros, lugares donde los salarios mínimos pueden reducirse a veinte euros mensuales, y nunca pasan de cincuenta. Si a ello le sumamos la poca efectividad sancionadora de las autoridades de estos países en materia de violación de derechos laborales y la poca protección de los trabajadores sindicados (pocos, pero que existen), pueden darse situaciones terribles.

El pasado mes de abril fue encontrado en Bangladesh el cadáver del sindicalista Aminul Islam, que trabajaba en la campaña Ropa Limpia internacional , con signos de haber sido torturado. Aminult denunciaba activamente las condiciones de riesgo en que trabajaban las obreras y los obreros de la industria bengalí de la confección. Todos los indicios apuntaban a que fue asesinado por la “incomodidad” que provocaba su militancia a la industria del país, donde el salario mínimo para el sector de la confección se establece en unos veinte euros al mes.

Una trabajadora de la industria textil marroquí, Najat, habla para la campaña Ropa Limpia sobre las condiciones de trabajo en las que ella misma se encuentra en una fábrica suministradora de marcas muy populares en occidente. Afirma que “las condiciones de trabajo son muy malas, algunas empresas están en garajes o sótanos sin iluminación ni ventilación ni nada. Las trabajadoras están obligadas a producir cierto número de piezas […] y con un sueldo mínimo. En cuanto a las horas extras, cuanto el patrón necesita entregar un determinado volumen de producción y tiene una fecha límite, no tiene la mínima consideración sobre el estado de la trabajadora, si tiene familia, si tiene hijos… él te obliga a hacerlas. Y cuando no hay trabajo declaran “paro técnico” y no te pagan”. La mujer añade que la posibilidad de formar un sindicato es prácticamente inexistente porque si a una trabajadora se le ocurre tal idea “el día que el patrón se entera, la echa”.

No solo en el sur hay problemas al respecto de los derechos laborales con éstas empresas. El proceso de deslocalización empresarial que ha supuesto un triunfo para las corporaciones en materia económica no pasa solo por abrir fábricas en países como Indonesia que ni el mismo dueño de la marca conoce –tal y como declaró Phill Knight, director ejecutivo de Nike, al cineasta Michael Moore en el documental The Big One-. Occidente se ve seriamente afectado de tal proceso en tanto que sus industrias se esfuman al sur, se cierran fábricas que son rentables, y se despide a los trabajadores por miles para hacer el negocio no viable, sino desorbitadamente lucrativo a costa de los que pierden el trabajo, y de los que lo adquieren en unas condiciones lamentables. La desfachatez máxima es afirmar que los ciudadanos occidentales “no quieren trabajar cosiendo zapatillas”, otra de las asombrosas declaraciones del director de Nike en el documental de Moore.

ROPA TÓXICA

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Por si fuera poco el dudoso compromiso de nuestras “marcas estrella” con los derechos laborales más básicos, resulta que su compromiso con la protección del medio ambiente también deja mucho que desear en numerosas ocasiones. El último informe publicado por Greenpeace, bajo el título «Puntadas Tóxicas: el oscuro secreto de la moda», deja en evidencia la presencia de agentes tóxicos cancerígenos, en prendas de marcas internacionalmente conocidas.

La ONG autora de dicho estudio, adquirió en 2012 un total de 141 prendas de ropa por 27 países de todo el mundo, a través de distribuidores autorizados de marcas de presencia mundial e identificación social amplia. Dichas prendas se habían fabricado en su mayoría en países del conocido como “Sur Global”, que no es ni más ni menos que la zona de países en vías de desarrollo donde los derechos laborales y la legislación sobre responsabilidad medioambiental son mucho más laxos que en otros países.

Buscando la presencia de contaminantes del agua, sustancias conocidas como NPE y NP principalmente, se encontraron también otros tipos más directamente perjudiciales para el cuerpo humano.  En total se hayó NPE en el 63% de los artículos, y todas las marcas de estudio tenían uno o más productos tóxicos de uno u otro tipo. Y los “ganadores” definitivos de la producción «antiecológica» fueron marcas como: C&A, Mango, Levi’s, Calvin Klein, Jack&Jones, Zara, Metersbonwe y Mark&Spencer. También suenan fuerte otros nombres como el de Tommy Hilfiger, Victoria’s Secret o Armani. Sin embargo, según este informe, la marca española Zara se ha hecho con el lamentable reconocimiento de ser la única en cuyas prendas se han detectado sustancias que pueden convertirse en cancerígenas o en distruptores hormonales. El director de la campaña de Greenpeace, Martin Hojsik, ha calificado los resultados de Zara como “inaceptables”.

La manera de contaminar de estos activos químicos es tan obvia que está al alcance de cualquiera que tenga una lavadora o simplemente agua en que lavar las prendas. Los vertidos del lavado de esta ropa llevan las sustancias tóxicas al agua de ríos, mares, lagos, y a la tierra en sí.  Son prácticamente imposibles de depurar, su efecto es acumulativo, y bioactivo (se agranda), y pasan a la cadena alimenticia a través de los peces que viven en los entornos que contaminamos. La irresponsabilidad es máxima a todos los niveles, y es por ello que activistas como Yifang Li, responsable de tóxicos de Greenpeace, afirman que “las principales cadenas de ropa nos están convirtiendo a todos en víctimas de la moda”.

SOLUCIONES Y LOGROS

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Por lo menos, el informe de Greenpeace ha tenido repercusión inmediata en los grandes gigaantes de la moda. Primero fue la mayor empresa textil española (Inditex) la que se comprometió con la organización ecologistas a eliminar los tóxicos de su cadena de producción. Y a los pocos días le siguió Mango, el segundo grupo del sector.  Esto demuestra el valor de este tipo de campañas. Aunque la pregunta que flota es: ¿que pasaría si no hubiese denuncias públicas?

Presenciamos el nacimiento y crecimiento de un nuevo concepto de moda: la “moda rápida”. Esta práctica empresarial es cada vez más frecuente y consiste en acortar las temporadas convencionales, incluyendo piezas de nuevas colecciones entre colección y colección. La empresa se asegura un incremento importante de sus beneficios, multiplica su producción, pero también ha de acelerarla. Esta rapidez en producir y distribuir nuevos productos en cuestión de pocos meses y en enormes cantidades no se da por arte de magia.

Una conveniente presión añadida a los proveedores para entregar los trabajos a tiempo, con la consiguiente sobreexplotación de los trabajadores y un inevitable descuido en material de vigilancia sobre el impacto medioambiental, son las variables básicas de esta ecuación. De esta manera, Occidente puede tener cada vez más oferta, cada vez más consumo potencial para estas empresas, y también, lamentablemente, cada vez más tóxicos encerrados en sus armarios.

No son pocas las maneras de presionar a las grandes marcas textiles con las que cuenta el ciudadano. En cuanto a lo que consumo se refiere, la herramienta más efectiva está clara: no participar en el juego del mercado inmoral. Dejar de comprar de forma masiva y por motivos éticos productos de determinadas marcas supone una presión para las mismas que puede acabar, por qué no, en una rectificación de sus políticas tanto medio ambientales como laborales. El problema, no cabe duda, es de todos, y de las generaciones venideras. ..

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Alba Sánchez Serradilla es Licenciada en Periodismo y estudiante de Máster en Comunicación Social. Implicada en diferentes ONG desde los diecinueve años a través de programas de voluntariado o como profesional, ha hecho de la comunicación al desarrollo su especialidad periodística a raíz de sus varias inquietudes solidarias.

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