LOS BISHNOI DE RAJASTÁN

Bishnoi significa «veintinueve», nombre que hace alusión a las 29 reglas de vida, los mandamientos por los que se rige el pueblo más original e insólito del Rajastán indio.  Les llaman los «ecologistas del desierto» por su respeto integral al medio ambiente; están obsesionados por la limpieza y son tan tolerantes que permiten que sus mujeres cohabiten con los guerreros más fuertes y guapos de la tribu. Javier Moro, el escritor y miembro de GEA PHOTOWORDS, nos introduce en su recóndito mundo.
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Hombres Bishnoi.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Javier Moro, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Mujeres con chalecos bordados en oro y saris rojos, amarillos y malva, todas vestidas como princesas; hombres ataviados como reyes con pendientes, turbantes y babuchas de colores vivos.  Pastores y ganaderos que caminan entre el polvo ocre que levantan sus rebaños.  Búfalos de piel negra y brillante que tiran del arado balanceando sus ancas descarnadas.  Entre casas de barro, hay niños que corretean, los ojos negros de khol, mientras sus madres desgranan garbanzos y lentejas en el quicio de la puerta.  Sus joyas hablan de su origen humilde: no llevan oro, que solo usan los Rajputs y las castas altas, sino plata, la dote de las mujeres sencillas.  El fushia de las buganvillas, el amarillo de los lotos, el rojo de los hibiscus, el blanco de los jazmines…

Parece que el color se ha inventado en los pueblos del desierto de Rajastán.  Pueblos de ganaderos y de pastores, de agricultores cuando lo permite la irrigación, que forman un mosaico rico y eterno: camelleros Rabari, pastores Bharvad, guerreros Guarasia, aborigenes Bhil, itinerantes Lohar, etc …  y sobre todo los bishnoi, el pueblo mas original e insólito del desierto indio.

Los bishnoi viven en un radio de 50 km al sur de Jodhpur, la ciudad añil dominada por un espléndido palacio fortificado, símbolo del poderío de sus príncipes, excelentes jinetes que dejaron al mundo su pantalón, el famoso jodhpur.  No puede haber mayor contraste entre el fastuoso palacio lleno de reliquias y de objetos de arte, resto de una civilización urbana y guerrera, y las aldeas de barro de los bishnoi, esparcidas por el desierto de los alrededores, herederas de una civilización pacifista y … ecológica, antes mismo de que existiese la palabra.

Lo primero que hacen los bishnoi para dar la bienvenida al visitante es ofrecer un sorbito de agua verdosa y amarga en el cuenco formado por la palma de su mano.  Es opio que, dicen, produce un ligero bienestar.  Pero la verdad es que a nosotros no nos hace efecto alguno.  El opio que usan los bishnoi es una pasta viscosa, especie de resina que se toma diluída en agua.  La diferencia con el opio que se fuma debe de ser parecida a la diferencia de la cocaina con las hojas de coca que mascan los pueblos andinos.  Parece que les da igual que el consumo de opio esté totalmente prohibido en la India; saben que nadie vendrá a molestarles.

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Saben que constituyen un grupo aparte, muy respetado por los demás.  Su nivel de vida es más alto que la media, ya que son propietarios de sus tierras desde que el gobierno se las cedió despues de la independencia en 1947.   Su denominación es curiosa : se llaman ‘los veintinueve’.  Bishnoi significa veintinueve, nombre que hace alusión a las 29 reglas de vida, los mandamientos por los que se rigen.  Estas reglas fueron consignadas en un libro por su líder y maestro espiritual que vivió en el siglo XVI.

La historia me la cuenta el rey de los bishnoi, un individuo humilde y bonachón, tocado de un turbante rojo carmesí, que me atiborra de jugo viscoso de opio.  Yo no me atrevo a decir que no porque es el rey.  Me cuenta que su pueblo, en la antiguedad, formaba parte de una casta baja que terminó por rebelarse en el siglo XVI contra el maharajá de Jodhpur cuando este mandó talar un bosque para convertirlo en tierras de cultivo y repartirlas entre sus súbditos.  Los pastores que vivían de ese bosque declararon la guerra al monarca –una guerra a lo indio, no-violenta.  Los hombres se ataron a los árboles para impedir que los leñadores llevasen a cabo su propósito.  Hubo peleas, heridos y muertos.  Cuando la noticia de esta heróica rebelión llegó a oídos del Maharajá, el monarca mandó detener la tala e hizo las paces con los sublevados.

El líder de aquella rebelión se llamaba Jamboji y la victoria sobre el maharajá le convirtió en algo más que en líder de los rebeldes.  Acabó siendo su guía espiritual.  Escribió el Sabat Whani, un libro santo, único entre las comunidades hindúes de la India, en el que redactó sus reglas de vida, siendo la más importante : “ … llegado el caso, un bishnoi tiene que ofrecer el sacrificio de su vida para proteger a los animales y a los árboles. ”

LIMPIEZA

Entre las 29 reglas, muchas tienen que ver con la higiene personal, de manera que los Bishnoi son un pueblo limpísimo.  Los hombres van vestidos de blanco, impolutos.  La mayoría son altos, delgados, atléticos, con un aspecto saludable que no suele ser la norma en la India, y menos en las paupérrimas comunidades del desierto.  ¿Será porque no comen carne y viven santamente en armonía con su entorno ? ¿Será por la costumbre de sorber ese amargo zumo de opio?

Su majestad el rey de Jamba me saca de dudas.  Todavía existe entre su pueblo la costumbre de elegir un semental –humano- y de ponerlo a trabajar.  A las mujeres se les permite tener relaciones con uno de estos campeones para seguir mejorando la raza.  El rey me confiesa que la costumbre está en desuso, pero que todavía sobrevive en algunas aldeas.  No hay más que fijarse en los que me rodean para calibrar las palabras de su majestad :  son ejemplares de dos metros de altura, con espaldas cuadradas y unas sonrisas que muestran una hilera de dientes blancos perfectamente alineados.  Unos portentos.

Los ecologistas del desierto’, como se les conoce, son tolerantes.  No sólo permiten que las mujeres se acuesten con el más guapo y el más fuerte, sino que las dejan divorciarse y volverse a casar.  El conjunto de sus mandamientos antepone la protección de la naturaleza a cualquier otra consideración, de manera que beben agua filtrada para evitar tragar insectos, les está prohibido cortar madera verde y castrar a los animales (no existen los bueyes).

Es habitual ver antílopes pastando apaciblemente en los alrededores de las casas, que son de adobe de estiércol, un insecticida natural.  Las paredes están decoradas con motivos vegetales, fiel reflejo de la característica de los bishnoi, que es el respeto hacia todas las formas de vida, incluídas las plantas.  Su coherencia se respira en todas las facetas de su vida.  Disponen de una caja común para financiar sus escuelas y la comunidad asume el cuidado de sus propios minusválidos.

Charlando con estos hombres y mujeres en los patios de adobe de sus casas, que huelen a humo, al sudor de los animales y al incienso que queman en pequeños braseros, me doy cuenta de que forman un grupo social de defensa de la naturaleza, y que esto es algo único en el mundo.  Forman una comunidad genuinamente ecologista.  Que sean tan desconocidos y que no exista bibliografía sobre ellos dice mucho de las carencias de nuestra cultura occidental.  Porque los bishnoi son un prodigio de civilización.

MAJESTUOSIDAD INDIA

La India es así, una gigantesca cueva de Alí  Baba llena de tesoros por descubrir.  La cueva es tan grande, los tesoros tan variados, que me atrevo a decir que cuando más veces la visito, más me doy cuenta de lo poco que la conozco.

Si Rajastán es un de los estados mas pobres de la India (apenas el 40% de la población está alfabetizada), es el primer destino turístico, y no sólo por su deslumbrante belleza.  Las posibilidades de alojamiento son muy variadas, desde suntuosos palacios convertidos en hoteles (tipo Paradores) hasta campamentos en el desierto desde donde se visitan las aldeas tribales.

Rajastán es quizás la mejor manera de adentrarse en la India.  Es otro mundo, es a veces la edad media con ferias de camellos que reúnen hasta medio millón de personas.  Todavía es fácil toparse con  malabaristas, domadores de animales, mercaderes ambulantes, campeones de lucha libre, tiovivos, pitonisas, artesanos de todo tipo.  Y al mismo tiempo conectarse con el mundo entero desde las callejuelas que huelen a plasta de vaca, a azafrán y a comino.

Cuando estaba frente a un ordenador en un ‘internet café’ de Udaipur, se oscureció la pantalla por la sombra de dos enormes elefantes elegantemente enjaezados que pasaron en ese momento por la callejuela.  Era fantástico: dos milenios de distancia separaban el ordenador de los elefantes, y sin embargo allí estábamos, a dos metros los unos de los otros –y funcionando.

Es la magia de Rajastán.

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