PRIMAVERA EN VARSOVIA

La ciudad del Vístula celebraba a principios de este mes un hecho que cambió el rumbo de su historia y la de gran parte de Centroeuropa, la caída del comunismo y la llegada de la democracia. Un hecho bastante reciente del que ahora se han cumplido 25 años. Varsovia estos días se hallaba exultante y engalanada para la ocasión a la par que movía hilos diplomáticos para lanzar un mensaje al mundo: Polonia no está sola. 

 

Varsovia - Plaza de la Constitución 9630 GEA

Vista nocturna de la Plaza de la Constitución. Varsovia.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

 

PRIMAVERA EN VARSOVIA

Por Ana Morales, miembro de GEA PHOTOWORDS

 

La primera impresión que tuve de Varsovia fue, cuanto menos, inquietante. Abandonábamos el aeropuerto Frederic Chopin por una gran avenida extrañamente desierta de vehículos y personas, y custodiada por fuerzas de seguridad y vehículos militares. Una cierta sombra de inquietud me recorrió el cuerpo al pensar que allí había o estaba ocurriendo algo. Y, efectivamente, como luego pude averiguar, había sido así, pero no se trataba de un suceso, sino felizmente de un hecho trascendental para la reciente historia contemporánea del país. El 4 de Junio de 1989 tuvieron lugar las primeras elecciones parcialmente libres en el país tras haber sufrido cuarenta años de régimen comunista. Polonia, y en particular su capital, Varsovia, celebraban aquel miércoles y a lo largo de este año los veinticinco años de la llegada de la democracia y la libertad, hecho que serviría de ejemplo a otros países del bloque comunista los cuales en fechas posteriores derrocaron también a sus gobiernos acabando con la división del mundo en dos bloques enemigos. Parece que eso quede lejos ya. Sin embargo, algo que a las nuevas generaciones les parece cosa de las películas de James Bond fue una realidad hasta no hace tanto. Y ha traído consigo profundas transformaciones estructurales y económicas al país que hoy es una de las diez potencias económicas más importantes de la UE y que se haya disfrutando de las dos décadas más prósperas para su economía del último milenio de historia.

A esta conmemoración asistieron numerosos jefes de estado entre los que se encontraba Barak Obama, una figura clave para el país, pues a fecha de hoy, Polonia, que además este año cumple su quince aniversario de la adhesión a la OTAN, sigue siendo el más fiel aliado de EEUU en Europa. Y es que tras los recientes acontecimientos protagonizados por Rusia en Ucrania, Obama no sólo fue a participar en las efemérides, sino a mostrar su apoyo a Polonia. A lanzar mensajes tranquilizadores a una población que tiene demasiado presente el yugo soviético, la represión y los mártires, y que necesita oír que no están solos. Porque como luego he podido comprobar, la preocupación de que los sucesos de Ucrania se puedan repetir en su territorio existe.

Por lo tanto, las medidas de seguridad excepcionales a las que antes hacía referencia se debían al regreso del “amigo americano” a su país. Y probablemente, si no hubiese sido el mío un viaje fortuito y poco organizado habría tenido conocimiento de estas circunstancias.

Lo cierto es que no sabía que esperar de Varsovia, si hubiese atendido a lo poco que pude leer en el avión, principalmente entradas de distintos blogs de viajeros, hubiese creído que iba a encontrarme una ciudad gris, industrial y de poco interés, visitable en un día. Pero me alegré mucho de que esto no fuese así.

Es verdad que Varsovia es una ciudad muy nueva y que en el corazón de los polacos, la auténtica capital, y la que atesora mayores atractivos es Cracovia. Debido a que fue una de las ciudades europeas más dañadas por las bombas durante la segunda guerra mundial (el 85% de sus edificios fueron destruidos en el conflicto) tuvo que renacer cual Ave Fénix de sus cenizas.

Incluso su pintoresco y colorido casco antiguo, “Stare Miasto”, construido en torno al Castillo Real, con sus callejuelas medievales y su Plaza del Mercado son de nueva construcción. Y el orgullo de todos los varsovianos como pude comprobar, pues fue necesario un gran esfuerzo y movilización nacional para reconstruirlo. Para que fuese lo más parecido a lo que destruyeron las bombas, usaron como patrón y referencia las pinturas de Canaletto, excepcionalmente detalladas y un documento imprescindible. Por ello, paseando por la ciudad antigua podremos observar sus pinturas, expuestas en un atril, y el edificio reconstruido frente a ellas, a imagen y semejanza, para que nuestros ojos puedan buscar las diferencias. En 1980, el gran esfuerzo colectivo necesario para lograr este fin, fue reconocido por la Unesco que le otorgó a la ciudad antigua de Varsovia la distinción de Patrimonio de la Humanidad.

Pero saliendo del casco antiguo habrá quien la acuse de tener poca personalidad, de ser demasiado neutra, de ser demasiado ordenada, demasiado uniforme, en mi opinión esto no es así, Varsovia es una ciudad moderna, paseable, cívica, muy verde ya que el 30% de su superficie son parques, y limpia. Llena de teatros y galerías de arte, de museos y de cafés. Amante de la música.

El progreso y el cambio sufrido desde su entrada en la UE es incuestionable, y esto es observable en la ciudad: amplias avenidas, parques por doquier, nuevos edificios y cómo no, centros comerciales al uso donde todo está al alcance a golpe de visa. Pero eso no es sinónimo de anodismo, Varsovia es una ciudad muy agradable con un clima muy duro seis meses al año pero con una primavera y un otoño espectacular, que hace que la gente se lance a conquistar las calles cuando llega Mayo después de pasar en sus climatizadas viviendas el resto del año. Una ciudad de ciudadanos tranquilos, educados y silenciosos que cuando se rompe el hielo resultan ser cercanos y emocionales.

El distrito económico y financiero alberga las sedes de las grandes empresas, los mejores hoteles y centros comerciales y los nuevos rascacielos de cristal, pero, sobre todo, un edificio magnífico, odiado por todo lo que significa; el Palacio de la Cultura y la Ciencia. La inmensa mole fue un regalo de la URSS a Polonia y el último edificio comunista construido en el país. Su afilada aguja y particular diseño lo hacen visible desde muy lejos porque además es el edificio más alto de la ciudad. Durante años, mientras las heridas estaban muy recientes, hubo numerosos proyectos y planes para derribarlo, sin embargo hoy en día es un símbolo de la ciudad, que alberga varios teatros y donde se llevan a cabo todo tipo de eventos culturales y exposiciones. Hoy ya no molesta tanto, y quizás su presencia contribuye a mantener viva la memoria colectiva, a no olvidar. Los rascacielos de acero y cristal, símbolo del capitalismo que emergen del centro de negocios lo van rodeando, desafiándole en altura y originalidad, enfrentándolo, pero a mi entender sólo lo hacen aún más protagonista. Sólido y magnífico, dejemos a un lado si es bonito o no, desde su planta treinta se puede observar a vista de pájaro la ciudad, con el río Vístula dividiéndola en dos. Su ciudad antigua y su moderno estadio nacional. Praga Pólnoc, el destartalado barrio situado en una de sus orillas donde se puede oler la historia pues muchos de sus edificios siguen como quedaron tras el conflicto armado; semiderruidos, semiolvidados, heridos de bala, moribundos, pero que de nuevo se está convirtiendo en un barrio vivo donde vive la gente joven y donde los artistas y bohemios han encontrado su lugar. También podemos comprobar cómo fuera del centro de negocios, la ciudad más grande del país es una ciudad construida en el llano y bastante horizontal.

Un amigo de allí me decía con un punto de amargura que Varsovia es una ciudad infravalorada. Yo, después de visitarla, creo que sencillamente, es una ciudad muy desconocida cargada de historia a la cual no le faltan atractivos.

 

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