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PALACIOS DE TIERRA

Arquitectos de todo el mundo y viajeros de la ruta Gambia-sur de Senegal peregrinan hasta la región de la Casamance para entrar en alguna de las pocas casas impluvium que han resistido el paso del tiempo y la llegada de la modernidad. ¿Qué son? ¿Cómo se construyen? ¿Qué las hace tan particulares? De la mano de uno de sus habitantes descubrimos una forma de vida en la que la comunidad lo es todo.

 

Interior de la casa impluvium de la familia Manga, en Enampore.

FOTO ©  David Arribas

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por Eva Mateo Asolas para GEA PHOTOWORDS

 

“Cuando no sepas dónde vas, párate y mira de dónde vienes”. Así reza un proverbio senegalés y esta es la sensación que se tiene al entrar en una casa impluvium: es como si el tiempo hundiera sus raíces en un momento y un lugar en el que toda la vida de un hombre sólo existe si es en comunidad.

Nos encontramos en el sur de Senegal, en Baja Casamance, cuna del cultivo del arroz. Eloubaline, Séléki, Enampore… todos esos pueblos del Reino de Bandial, donde habita la etnia Diola, han mantenido algunas de estas fortalezas únicas en África. Únicas y en vías de extinción.

Gabriel Manga vive en la que quizá sea la casa impluvium más antigua de toda Casamance. La construyó su bisabuelo y para llegar a ella hay que atravesar el camino de barro rojizo que va hasta Ziguinchor, la capital de la región. La morada queda semioculta en la selva por hojas de palmera y gigantescos árboles fromager, objeto de culto de la religión tradicional animista que tiene en los fetiches a sus dioses.

Gallos y cabras campan alrededor de una gran casa de adobe que, incomprensiblemente, se ha mantenido en pie durante dos siglos (la vida media de este tipo de arquitectura tradicional suele ser de unos 40-50 años). De planta circular, el doble techo está hecho de paja y palma entrelazada y una estructura de madera extraída de los manglares, en algunos tramos carcomida y deteriorada por la humedad. Pero si algo caracteriza a las casas impluvium es su apertura central en el techado de unos 28-30 metros de diámetro. “La Guía Routard se equivoca. La estructura central de una casa impluvium no sirve para recoger el agua de lluvia, sino para permitir el paso de la luz y el aire y, de esta forma, ventilar el humo de las cocinas”, puntualiza Gabriel mientras dos de sus cuatro hijos (Patrick y Jules Matar) juegan con Kara, el macaco-mascota. Sigue leyendo →