Es el país más extenso y poblado de Sudamérica, un `milagro´ de desarrollo con mucho camino por recorrer y grandes tradiciones que preservar. El estado de Bahia resume la identidad de Brasil: mezcla contrastes, mitos, herencia y una naturaleza desbordante que sumerge al viajero en la esencia de una tierra de alegría contagiosa. Javier Moro y Ángel López Soto, miembros de GEA PHOTOWORDS, la visitaron recientemente. El resultado es este artículo del suplemento El País Semanal del pasado domingo.
Centro de Cultura de la Cámara Municipal. Salvador.
FOTO © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS
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El corazón negro de Brasil
Por Javier Moro, miembro de GEA PHOTOWORDS
Empiezo a escribir este artículo cómodamente sentado en una butaca de las líneas aéreas de Portugal, disfrutando de vinos de Oporto y de una comida exquisita, lo que no siempre es evidente en un avión. Voy a hacer en ocho horas el trayecto de Lisboa a Salvador de Bahía, el mismo viaje que en 1808 emprendió el rey Juan VI de Portugal y toda su corte huyendo de las tropas de Napoleón. Aquel fue un viaje épico y peligroso que duró tres meses y medio, en barcos de vela mal calafateados y pobremente avituallados. Junto a la corte abandonó Portugal un 10% de la población, toda la élite: funcionarios, curas, comerciantes, administradores, arquitectos, médicos, etcétera. El país se desangró. Por primera vez en la historia, un rey y su corte abandonaban la metrópoli para irse a las colonias. Nunca había ocurrido algo semejante. Aunque el pueblo lo veía como un traidor, don Juan había abordado su nave llorando, el corazón desgarrado. No, no era un traidor. Siempre había antepuesto el deber a cualquier otra consideración. Razones de estrategia le habían impulsado a tomar aquella decisión muy a su pesar. Se enfrentó a un dilema tremendo: para salvar el imperio –mucho mayor que el propio Portugal– tuvo que sacrificar la metrópoli.
Hoy, el resultado de aquella determinación se ve por la ventanilla del Airbus: allí abajo desfilan las tierras de Brasil, el país más extenso y poblado de Sudamérica, una de las grandes potencias emergentes del mundo, una nación unida e increíblemente homogénea a pesar de su flagrante –y a veces sangrante– diversidad. Fue precisamente la decisión de aquel rey bonachón lo que propició el nacimiento de Brasil. En España, cuando Carlos IV quiso hacer lo mismo –huir a México para escapar de los franceses y salvar el imperio– ya era demasiado tarde. El resultado está a la vista: el imperio español se desmembró, pero el portugués consiguió mantener sus colonias americanas unidas. Para eso sirven los reyes. El avión hace un círculo antes de iniciar la maniobra de descenso. Los últimos rayos de sol se reflejan en las aguas del Recôncavo, la bahía que dio su nombre a la ciudad cuando los primeros exploradores, deslumbrados por tanta belleza, fundaron San Salvador de Bahía de Todos Los Santos. Oficialmente Salvador. Pero el pueblo, más identificado con la naturaleza que con Jesús, sigue llamándola Bahía. Es el mismo pueblo, abigarrado y barroco, que recibió a los reyes de Portugal en su huida de Napoleón, después de aquella espantosa travesía. ¡Qué decepción al verlos llegar! “¿Estos son los reyes?”, se preguntaban con ojos muy abiertos los esclavos, los mulatos, los colonos portugueses. Les costaba creer que aquellos individuos sucios, malolientes y todavía medio mareados eran la encarnación de la más alta autoridad del vasto imperio portugués, símbolos de una civilización que había descubierto el mundo. Dicen –¿será leyenda, será verdad?– que a las bahianas les sorprendió mucho el turbante que llevaban la reina, la española Carlota Joaquina de Borbón, y sus damas de compañía. Creyeron que esa debía ser la moda que imperaba en Europa, y la adoptaron. No podían sospechar que la reina llevaba turbante para esconder su cráneo rapado al cero a causa de la plaga de piojos que había invadido el buque. Sigue leyendo →