EL 21 de julio de 1987 el veterano misionero español Alejandro Labaka y su colaboradora, la monja colombiana Inés Arango, se hicieron abandonar en helicóptero en las inmediaciones de una maloca de indios aislados de un clan llamado Tagaeri, en la Amazonía ecuatoriana. Pretendían convencerles que se dejasen contactar en un intento por salvarles la vida. Labaka preveía que un día u otro los intereses dominantes en la zona – petróleo y madera – conseguirían que aquel pequeño grupo, oficialmente inexistente, fuera aniquilado, borrado del mapa, como tantas veces ha venido ocurriendo. No tuvo éxito. Al día siguiente sus compañeros de la misión de Aguarico sacaron no menos de veinte lanzas de su cadáver. El pasado sábado se cumplió el XXV aniversario de su muerte.
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El capuchino Andueza muestra una lanza extraida del cuerpo de Monseñor Labaka.
Capilla de la misión de Coca, Ecuador.
FOTO © José F. Ferrer
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Por Juan Carlos de la Cal, miembro de GEA PHOTOWORDS
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El 21 de julio de 1987 el obispo de Aguarico Monseñor Alejandro Labaka, donostiarra, fue asesinado por unos indios huaroanis en la selva amazónica ecuatoriana cuando pretendía salvarlos del genocidio que les esperaba. Labaka, que presumía de ser amigo de estos indios semicontactados (hablaba su idioma y conocía sus costumbres) acudió en compañía de la monja colombiana Inés Arango a una aldea perdida de los indios huaroanis, codiciada por las compañías petroleras para hacer sus prospecciones. Como les estorbaba su presencia, la compañía había armado una milicia para atacar a sangre y fuego esa aldea y expulsar a los indios de este territorio.
Labaka se presentó de improviso en el poblado, vestido apenas con un taparrabo, para intentar convencerles de que la única solución era que se marcharan antes de que llegaran los blancos y los masacraran a todos. Los indios se creyeron traicionados por el obispo y lo lancearon a él y a la monja. Labaka recibió 75 lanzazos. Su cuerpo y el de la colombiana fueron recuperados días después.
Su muerte se considera como un martirio en pro de la causa indigenista y en contra de una conquista que todavía continúa. Hoy en día, 25 años después, las multinacionales madereras y petroleras continúan haciendo la guerra sucia a las últimas tribus indígenas no contactadas del planeta en la selva amazónica en busca de sus recursos. Casi todos los meses hay incidentes entre madereros-petroleros e indios con varias muertes registradas.
EL ORIENTE ECUATORIANO
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Las provincias orientales de Ecuador cuentan con una demografía oriunda compuesta por ocho nacionalidades, -huaoranis, shoars, shipibos, quíchuas, cofanes, secoyas, shiwiar y siona-, sumando cerca de 130.000 habitantes, el 40% de la población. A los dos primeros grupos los incas denominaron “aucas” o “salvajes rebeldes” porque nunca pudieron conquistarlos.
En 1953 Marcelino Torrano, misionero capuchino español venido desde Rocafuerte, poblado limítrofe con Perú a seis horas Napo abajo, fundó la misión de Sebastián de Coca justo en este mismo lugar. Consigo traía planes orientados a paliar las condiciones de esclavitud que sufrían los indígenas de la zona, atados a las haciendas de por vida por deudas que jamás podrían saldar. Eran “pongos”, esclavos habituados a tal régimen desde los tiempos de las encomiendas y, posteriormente, el caucho.
Torrano compró tierras que recibió junto con los indios que vivían en ellas, a quienes se comenzó a pagar sueldos por su trabajo. También hizo traer maquinaria y las primeras vacas, transportadas en balsas desde Colombia a lo largo de 1.500 kms, con las que se iniciaron pequeñas explotaciones ganaderas y un negocio de carpintería, al tiempo que se abrían escuela, comercio e internado. Durante toda nuestra jornada por el río de las Amazonas nos encontraremos con la labor de misioneros en pro de indígenas, colonos y del medio ambiente. Seremos testigos de sus luchas contra poderosas multinacionales y testimoniaremos los beneficios sociales que su trabajo viene produciendo. Sigue leyendo →