Los campos de refugiados que rodean Siria están desbordados por el influjo de personas que escapan del país. Este trabajo del fotógrafo italiano Italo Rondinella documenta el campo de Domiz, en el Kurdistán iraquí, mientras que Nacho Carretero acaba de llegar del campo de Zaatari, en Jordania. En ninguno cabe un alfiler. El reportaje gráfico fue uno de los finalistas en la II edición de los Premios Revela y fue considerado por el jurado de nuestra organización para el II Premio de Fotografía Documental GEA PHOTOWORDS.
FOTO © Italo Rondinella
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Por Nacho Carretero para GEA PHOTOWORDS
Hace semanas que superaron una cifra contundente: dos millones. Es el número de refugiados sirios que han huido de la guerra en su país para instalarse, como pueden, en campos o asentamientos de los países limítrofes. Las víctimas reales, ciudadanos de a pie que nada tienen que ver con los enormes intereses geopolíticos que mueve este conflicto, asumen desde hace tiempo que su condición de refugiados será extensa, muy extensa en el tiempo. Agolpados en campos de refugiados como el de Zaatari, en Jordania, el segundo mayor del mundo, no ven la luz al final del túnel del conflicto. El conflicto interminable. El conflicto que nadie entiende.
En medio de la extensa y blanca polvareda diez hombres avanzan despacio, bajo el sol agobiante, llevando en volandas una enorme tienda de campaña. Como una figura fantasmal, la improvisada casa de tela se mueve flotando sobre la tierra, con su emblema de Acnur –el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados- bien visible. “Es una mudanza”, explica Karl Schembri, uno de los cientos de cooperantes que trabajan en el campo de refugiados de Zaatari. “La mayoría de gente no quiere vivir a las afueras, así que cogen sus tiendas y se trasladan a los distritos del centro, donde está casi todo el mundo”.
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