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LA FRONTERA DEL OLVIDO

`No quiero matar a nadie´. Sentencia Rabee mirando a la mesa concentrado y con el ceño fruncido. No es su primera entrevista con los medios que se han acercado a escuchar su historia. En él se reconoce el trato de quien ya sabe manejarse en este mundillo. Son aproximadamente las cinco y media de la tarde. El sol se deja caer colándose entre las calles de Exarchia, el conocido barrio anarquista de Atenas.

 

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 Niños en una de las manifestaciones diarias en Idomeni contra el cierre de fronteras.

Foto © Pablo Parra

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La frontera del olvido

Por Ana de Gracia para GEA PHOTOWORDS

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En el hotel City Plaza hay una frenética actividad. El pasado mes de abril se reactivó para abrir sus puertas y cumplir con su razón de ser tras comenzar a recibir de forma altruista a los refugiados. Ahora el hotel mira ya con recelo hacia atrás en el tiempo. Ha dejado de ser aquel inmueble abandonado que, durante aproximadamente siete años, ha vivido con los fantasmas del pasado mientras permanecía cerrado a cal y canto por causa de las deudas. Tras su toma ante el drama de la crisis de los refugiados ha llegado a formar una comunidad autogestionada a imagen y semejanza de los demás squats (los centros abandonados ocupados) que se han ido creando por Exarchia. De sus cerca de 400 camas todas están completas y la lista de espera para “pedir refugio” es interminable. Tanto que ni siquiera los propios coordinadores pueden dar cifras. Un pequeño paraíso montado para aquellos que se encuentran atrapados entre las redes de la burocracia e indiferencia europea que no ve el momento de reconocer su derecho de asilo para ser protegidos por huir de una guerra creada por y para la gloria de unos pocos.

Rabee continúa mirando la mesa frustrado mientras hace memoria y trata de explicarse la sin razón de su situación. En la habitación se escuchan los gritos de jolgorio provenientes de los más pequeños que juegan en la sala contigua con los voluntarios que cada día se acercan a los diferentes squats que hay repartidos por el barrio. Tiene 26 años y lleva al dedillo la cuenta exacta de todos los días que espera a tener una respuesta de Europa. Él es de Damasco y decidió no hacer el servicio militar. Desde siempre lo ha tenido claro. No quiere guerra. Ahora huye del horror; el mismo que le ha separado del resto de su familia.

No todos quieren hacer memoria como Rabee. Otros muchos prefieren olvidar, lo que les sirve como remedio para no acabar arrinconados en la esquina de la locura. Así lo explica Blanca de Aller, coordinadora de la Plataforma Bienvenixs Refugiados Alcalá de Henares, quien asegura que desde la apertura del hotel muchos de ellos han podido mejorar su situación de vida a la (larga) espera de legalizar su estado. Sin embargo, el inicio y duración de los squats no ha estado (ni está) exento de polémica. Cada seis horas, comenta Blanca, hay renovación de turnos para que los voluntarios vigilen la entrada del Plaza. Las presiones por parte de los grupos de extrema derecha, abanderadas muchas de ellas por Amanecer Dorado, no han hecho nada fácil la estancia. Uno de estos últimos ataques tuvo lugar en el conocido squat de Notora, también situado en el barrio, cuando el pasado 24 de agosto más de cien personas tuvieron que ser desalojadas al incendiarse sus instalaciones en un ataque perpetrado por grupos fascistas.

 

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Despertar en el campo de refugiados de Idomeni desalojado en junio de este año.

Foto  © Pablo Parra

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.La convivencia entre diferentes nacionalidades dificulta en ocasiones la estancia. Personas que huyen de sus naciones a causa de las penurias y conflictos creados para el fomento de la enemistad entre países y que ahora conviven juntos compartiendo su nexo de unión: la huida de la cruel ceguera del ser humano. Afganos, sirios, eritreos y un largo etcétera se dan la mano en un mismo espacio convertido en el sitio de paso; la llave en la que confían para abrir la puerta que cambiará su destino.

Este “hotel” es, según los voluntarios, uno de los espacios autogestionados mejor equipados de Atenas. Uno de sus principales coordinadores es Nassim Lomani. Sentado en su puesto de recepción se encarga de organizar al personal y a los cerca de 40 voluntarios que conviven con los refugiados. Disponen de agua como bien público. No es el caso de la luz con la que se ven obligados a recurrir al enganche. La comida proviene de donaciones que se encargan de distribuir desde el almacén situado en las inmediaciones del campo de Elliniko, al cual llega gran parte de la ayuda humanitaria del mundo entero para los campos de refugiados.

La situación del Plaza no es la compartida por todos los squats. Ni siquiera para este almacén situado en lo que antaño fue el aeropuerto internacional de Ellinikon, entre los escombros de lo que queda de algunos de los estadios construidos para las olimpiadas del 2004. Cerca de sus instalaciones han ido surgiendo campamentos llegando a quedar hacinadas más de 3.000 personas entre las garras de cada pabellón y las antiguas terminales.

Unas calles más abajo del hotel se encuentra la conocida como la 5th Escuela. Un colegio abandonado que ahora cuenta con más de 300 refugiados y que también ha sido convertido en una improvisada “casa refugio”. En el patio al caer el sol los niños juegan sin agotar su inocente energía. Andrea Marquier, desde la ONG Syrian Smiles, critica la situación de escasez de alimentos que reina en muchos de estos centros autogestionados lo que hace que se propaguen las enfermedades entre los colectivos más vulnerables como los niños. El cruce de la frontera tras el periplo de los refugiados parece no acabar con su odisea. La penuria continúa acompañándolos como si se tratase de una insoportable broma del destino. La historia de Rabee es una más de entre todas aquellas que se pierden entre la salvaje marea de este drama. Vidas humanas truncadas y completamente paralizadas; olvidadas y atrapadas entre los muros de los edificios abandonados.

 

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Niños juegan junto a una hoguera en Idomeni.

Foto © Pablo Parra

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A la lista podemos añadir la historia de Talal. Sentado en el patio de la 5th Escuela, mientras observa a los pequeños jugar con los globos de agua, relata su sueño: llegar a Londres. Ha estudiado informática y cree que la capital del país británico es el mejor destino para crecer profesionalmente. Con 25 años ha emprendido solo este viaje huyendo de la guerra de Siria. Y no desistirá en su empeño hasta conseguirlo. En ocasiones se le escapa una tímida sonrisa cuando a través de sus ojos oscuros mira a los pequeños que entonan canciones populares de su tierra. Pero Talal, al igual que tantos otros, también ha preferido recurrir al olvido para comenzar una nueva vida.

La noche ya baña las calles de Atenas y es el momento del inicio de las asambleas que en determinados puntos clave la ciudad, como en la plaza Victoria, suelen reunir a los voluntarios con el fin de continuar con la organización de los centros. El tiempo corre para todos y la ayuda sigue siendo insuficiente. La frustración de Rabee va en aumento pero al igual que Talal no quiere quedarse en aquella mesa con el ceño fruncido. La música popular resuena en la memoria trayendo a los ojos de Talal esa chispa de añoranza que le despierta al ver a los niños de la escuela cantar.

Llama la atención una niña que juega con el resto de los críos. No canta pero sí sonríe alegremente. Tiene cerca de dos años, según los voluntarios. Al preguntar nadie sabe su nombre. Pero sí la razón de su silencio. Una bomba le robó el sentido del oído y desde entonces se comunica solo por gestos. La sonrisa que ilumina su rostro confirma que con ella también ha funcionado el remedio casero del olvido. Y sus ojos, la inocencia y esperanza de todo aquel que sueña con cambiar su destino.

 

Ana de Gracia se graduó en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid y estudiante de Ciencias Políticas y de la Administración. Ha colaborado en radio durante cuatro años en la rama del periodismo cultural en España, así como para otros medios de comunicación digitales cultivando el género de la entrevista con personalidades del panorama actual de la cultura y de la política. Los viajes y los movimientos sociales la llevaron hasta São Paulo, Brasil, donde pudo llevar a cabo un proyecto de inmersión cultural durante su larga estancia en el país conviviendo con los indios guaraníes y analizando el impacto social que el movimiento globalizador ha provocado en la cultura indígena. Concienciada con los problemas sociales y con el periodismo comprometido, desde siempre ha querido dar voz a aquellas personas que han permanecido y permanecen invisibles para el resto de la sociedad. Actualmente trabaja en Onda Cero.

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