BIOPIRATAS EN LA AMAZONIA (II)

La selva amazónica es la mayor farmacia del mundo pero sus recursos son también los más codiciados por las multinacionales farmacéuticas. La biopiratería se ha convertido en un inmenso negocio para ellas mientras los guardianes de esta diversidad durante milenios, los pueblos indígenas, apenas reciben nada. Sólo dolor y nuevas amenazas de extinción. En este artículo repasamos alguno de los casos más sangrantes. Esta es la segunda -y última- entrega de este artículo.


Reserva de Pacaya Samiria, Amazonas peruano.

FOTO  ©  Alfons Rodríguez, miembro de GEA PHOTOWORDS


Por Juan Carlos de la Cal, miembro de GEA PHOTOWORDS

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UN GRAN NEGOCIO

Sólo alrededor del 5% de las plantas amazónicas han sido estudiadas debidamente. Los beneficios potenciales para la comunidad médica son enormes. Y se calcula que sólo está clasificado el 10% de todas la flora de esta selva, y que , al menos, la tercera parte posee propiedades curativas.

En Estados Unidos, el Instituto Nacional del Cáncer ha identificado 3,000 plantas que son activas contra las células cancerosas. El 70% de estas plantas se encuentran en la Amazonía. Y la cuarta parte de los ingredientes activos contra la peor enfermedad del mundo provienen de organismos que se encuentran sólo allí. Éste es el caso de la Vincristina, también conocida como hierba doncella, uno de los medicamentos contra el cáncer más poderoso y que ha conseguido aumentar drásticamente la tasa de supervivencia para la leucemia aguda infantil desde su descubrimiento.

Poniéndole cifras al problema podemos percibir su dimensión. Estudios de organizaciones ecologistas señalan que el tráfico de especies y conocimiento indígena suponen pérdidas anuales superiores a los 10.000 millones de euros sólo en la cuenca amazónica.

“Ahora que los medicamentos sintéticos parecen estar llegando al tope de su racionalidad productiva, las empresas farmacéuticas vuelven sus ojos a las plantas y otros organismos que han sido usados durante milenios por los pueblos indígenas para el tratamiento de enfermedades”, asegura Oscar Gutiérrez, director de la Facultad de Farmacología de la Universidad colombiana del Valle.

Volviendo de nuevo la vista atrás, no hace tantos años que la tribu más famosa de la selva amazónica, los yanomamis, sufrieron en sus carnes (nunca mejor dicho) la tropelía de una empresa científica que estudió su base genética mediante análisis de su sangre. Durante años, médicos de bata blanca visitaban sus aldeas para extraer el fluido de las venas de los indios. Buscaban, con la secuenciación de su genoma, que tipo de inmunidad poseían ante determinadas enfermedades que afectan al hombre blanco. El problema es que, tan científico propósito, estaba pagado por compañías farmacéuticas que no estaban dispuestos a repartir sus beneficios con los dueños de la sangre.

“Cuando yo era pequeño, venían los blancos a mi pueblo Tatutobi, nos han quitado sangre del brazo, a cambio nos han dado regalos pequeños como linternas o cuchillos. Me he enterado que la sangre se guarda en los frigoríficos de los laboratorios genéticos y farmacéuticos. Nuestra gente a la cual se le ha robado la sangre ya esta muerta desde hace mucho tiempo, viven en el mundo de los espíritus y su identidad vive en nuestras conciencias. No obstante su sangre esta en la tierra. Nosotros queremos que nos devuelvan esa sangre, regrese a donde ha nacido esa gente, para poder verterla en el río”. Esta petición la hace casi en un susurro Davi Kopenawa, líder y chamán yanomami, conocido como el Dalai Lama del Amazonas, el mismo que dice que uno de los primeros recuerdos de su vida es cuando su madre le escondía en un cesto cuando llegaban los hombres blancos.

En el lado venezolano tampoco han ido mejor las cosas. En 1998, pocos días antes de asumir la presidencia de la República Hugo Chávez, el gobierno de Rafael Caldera en órgano del Ministerio del Ambiente de Venezuela, firmó un contrato con la Universidad de Zurich, Suiza, mediante el cual se otorgan derechos de acceso a los recursos genéticos y a los conocimientos y prácticas ancestrales en territorio yanomami. Este compromiso fue denunciado y combatido por la Organización de Pueblos Indígenas del Amazonas (ORPIA), ya que no existió nunca el consentimiento previo informado de las comunidades. En el contrato final se establece que el Ministerio del Ambiente obtendría 20% por derechos de regalías, patentes, y comercialización de los «descubrimientos». El 80% restante es para los suizos.

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GUARDIANES DE LA BIODIVERSIDAD

“Los pueblos indígenas siguen siendo los guardianes de una espiritualidad que aún mantienen como una posesión entendida desde lo mágico y mítico. Ha tenido que transcurrir medio siglo para que los estudiosos de la universalidad entendieran que aquello, calificado como “misticismo ignorante” de los pueblos indígenas, resultó ser la fortaleza espiritual de la que adolecen las sociedades occidentalizadas”, asegura el antropólogo venezolano Esteban Mosonyi.

Basta echar mano de los manuales antropológicos para entender el valor de la ancestral sabiduría de estas tribus indígenas. Los tukano habitan la cuenca alta del río Negro, no lejos de la invisible frontera entre Brasil y Colombia. Reichel y Dolmatoff, dos antropólogos que convivieron con ellos durante años, han llegado a la conclusión de que la filosofía de esta tribu es esencialmente ecosófica. Los tukano tienen una concepción totalmente holística y no antropocéntrica del universo; es decir, no se consideran hijos de Dios, ni poseedores de una inteligencia superior a los demás seres. Sus relaciones con el entorno son de igual a igual.

El antropólogo Darrell Posey estudió durante años las costumbres de los kayapo del Amazonas y calculó que en una hectárea de bosque cultivado por estos indios se encuentran hasta 606 árboles de 300 especies distintas, algo imposible de explicar sin la intervención humana. Todo ello constituye un patrimonio genético irreemplazable. Es inquietante comparar los logros de estas culturas primitivas con el panorama agrícola del mundo moderno, donde apenas 12 especies representan el 80% del volumen total de cultivos del mundo: cinco cereales (trigo, maíz, arroz, cebada y sorgo), una leguminosa (soja), tres raíces (patata, mandioca y batata), dos productoras de azúcar (caña de azúcar y remolacha azucarera) y una fruta (banano o plátano).

Según Posey, algunos miembros del pueblo kayapo son auténticos especialistas en agrobiología. Conocen al detalle los suelos, las plantas, los microorganismos, los insectos y los animales de toda la región de los Apeté (islas de Bosques) y, por supuesto, también sus propiedades nutritivas y medicinales. Tienen, además, un completo conocimiento de las relaciones simbióticas entre suelos, plantas y animales, así como de la distribución geográfica de cada nicho ecológico.
Los kayapo saben que ciertas plantas se desarrollan mejor si crecen juntas y sus plantaciones están siempre formadas por comunidades. En una de las comunidades de bananos se encuentran, además de éstos, unas 24 variedades de tubérculos comestibles y numerosas plantas medicinales amigas de los bananos; entre ellas, la planta denominada “no quiero niños”, que utilizan para regular la fertilidad.
La interacción o simbiosis es tan importante para este pueblo que no existe el concepto de planta o especie como lo entendemos nosotros, sino más bien el de una comunidad de plantas. Las comunidades interactivas de éstas son consideradas como el resultado de un equilibrio de energías, lo que implica un complejo ritual de jardinería, ya que las plantas deben distribuirse en el espacio y en el tiempo como si se tratase de pintar un cuadro. Lo que a nuestros ojos parece un simple conjunto de plantas, resulta, al observar detalladamente, un grupo de cinco zonas concéntricas donde alternan distintas especies y variedades que han sido plantadas de acuerdo a una secuencia programada.
Los shuar viven en el valle de Nangaritza, al sur del Ecuador, en la zona de transición entre los Andes y la llanura amazónica peruana. Sus comunidades cultivan 185 especies y variedades de plantas, de las cuales, algo más de la mitad son utilizadas como alimentos y unas 40, con fines medicinales. Su entorno está considerado como una de las joyas de la biodiversidad y ha sido protegido bajo el Parque Nacional Podocarpus, ya que se encuentra amenazado por las extracciones madereras y la agricultura intensiva. Sin embargo, ya se percibe el cambio de mentalidad generacional que pone en peligro esta biodiversidad, ya que las huertas cuidadas por las mujeres jóvenes sólo muestran 20 especies, mientras que las de las mayores contienen unas 60.

Por algo, el llanto de Davi Kopenawa, el Dalai Lama de los yanomamis, es la mejor recomendación para unos tiempos que la historia recordará siempre como los de la Era del cambio climático: “Debemos escuchar el llanto de la tierra que está pidiendo ayuda. La tierra no tiene precio. Ustedes tienen que dejar a los yanomami vivir y preservar la naturaleza. Porque la naturaleza nos da la salud, la alegría. Tenemos que dejar que la selva viva. No podemos dejarla morir…”.


He aquí algunos de los ejemplos más conocidos de la biopiratería:

-El Cupuaçu (pronunciación copuassù), un fruto tradicional amazónico rico en vitaminas, cuyo principio activo fue registrado con un nombre parecido, es utilizado para la producción de chocolate por una reconocida multinacional.

-Otro caso famoso es la patente de epibatidina, un alcaloide contenido en la piel de una rana endémica del Amazonas ecuatoriana (epipedobates anthonil). Esta sustancia es eficaz contra el tratamiento del dolor (es 200 veces más potente que la morfina). Aproximadamente 750 ranas de esta especie fueron transportadas ilegalmente fuera de Ecuador. El principio activo de la piel del anfibio fue registrado en Norte América y es utilizado por varias empresas que trabajan en el sector farmacéutico.

-El principio activo de la Carapa Guianensis Aubl (llamada Andiroba), utilizada por nativos amazónicos contra la fiebre y como repelente contra los insectos, fue registrado en Europa y Norte América para la producción de cosméticos y medicamentos.

-Del Ocotea Rodile (bibiri) se extrae una sustancia activa que fue registrada por una empresa europea y que se utiliza en la lucha contra enfermedades mortales. Las esencias contenidas en la planta conocida con el nombre Uña de Gato (Uncaria tormentosa), fueron registradas por una reconocida multinacional, después de haber sido substraídas a indígenas Ashaninka de la selva amazónica peruana.

-El veneno contenido en las glándulas del reptil Bothrops Jararaca puede servir como potente medicamento contra la hipertensión: una empresa europea registró el principio activo y comenzó a comercializar el producto. Hoy este medicamento es vendido en todo el mundo con enormes ganancias

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Este artículo se publica simultáneamente en el número 37 de la revista de la Sociedad Geográfica Española.

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