DE VACACIONES A PALESTINA

Conflicto, ‘intifada’, refugiados, violencia… Palestina porta una etiqueta que puede provocar rechazo al visitante tras más de 60 años de disputa con su vecino Israel. Pero más allá de las noticias que nos llegan casi a diario, el país oculta una hospitalaria población que desea vivir su  día a día, unas ciudades de historia infinita y una cultura y ocio desconocidos por la mayoría de los viajeros. 

 

Playas de Gaza, destino para los pocos que puedan cruzar el paso que la separa de Cisjordania e Israel.

FOTO  ©  Sara Janini, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Nacho Carretero, miembro de GEA PHOTOWORDS

 

Pese a la cantidad de destinos turísticos que nos ofrece el país, no puede escapársenos que Palestina vive sumida en un conflicto militar. Por ello hay que tomar precauciones. Con ellas, y sentido común, podemos vivir lo que tantas veces hemos leído sobre el que tal vez sea el conflicto más mediático del mundo. Palestina se divide en dos territorios: la Franja de Gaza, actualmente bloqueada por Israel, y Cisjordania, una lengua de tierra separada de Israel por un muro. Para acceder a Cisjordania desde Israel hay que ‘traspasar’ este muro. Dos son los principales lugares de paso: Kalandia y Belén. El primero comunica Jerusalén con Ramala y es célebre por sus atascos. El segundo debemos atravesarlo a pie para sentir, como en casi ningún otro lugar, la insostenible situación que atenaza la región: interminables colas de palestinos que intentan acceder a Jerusalén, tornos, rejas, arcos de seguridad, soldados israelíes tras lunas tintadas que gritan a través de altavoces… Una sobrecogedora experiencia. Por fortuna los ‘check points’ no suelen representar ningún problema para el turista, que debe limitarse a mostrar su pasaporte.

A su vez, Cisjordania está dividida en tres áreas: zona A, controlada por Palestina; zona B, controlada por Palestina e Israel, y zona C, controlada por Israel. Esta última supone el 60% del territorio palestino y es donde están situados los asentamientos judíos. El acceso a estas áreas no es libre: está delimitado por controles militares o ‘check points’. En ocasiones estos puntos están cerrados y, por tanto, no se puede acceder. Esto hace que en el interior de Cisjordania no existan las rutas fijas, por lo que el tiempo y la distancia son siempre variables. Si un ‘check point’ está cerrado, deberemos buscar un camino alternativo. Además, las mejores carreteras, que comunican los asentamientos con Israel, no tienen salida a las ciudades y pueblos palestinos, por lo que tendremos que movernos, en ocasiones, por vías secundarias en mal estado.

Jerusalén (en la actualidad perteneciente a Israel, pero reclamada en su parte Este por Palestina) es uno de los lugares más visitados. Infinita: ni cien guías podrían condensar todo lo que esconde. Por ello es conveniente marcarse una serie de  lugares de obligada visita. El casco antiguo es el primero de ellos. Se divide en cuatro barrios: armenio, cristiano, judío y árabe. Juntos forman un laberinto en el que es mejor no adentrarse sin mapa (¿o sí?), gratuito en la oficina de turismo de la Puerta de Damasco, una de las siete que da acceso a la Ciudad Vieja amurallada. Tras un paseo se alcanza el Muro de las  Lamentaciones, lugar sagrado para los judíos donde se puede contemplar los apasionados rezos de los presentes, que incluyen saltos y hasta ‘autocastigos’. Del otro lado del muro, y con acceso restringido por los horarios limitados, se encuentra la explanada de Al Aqsa, con la Cúpula de la Roca, tercer lugar más sagrado del mundo para los musulmanes y símbolo dorado que protagoniza el perfil de Jerusalén. No muchos conocen el mirador de la yeshiva (escuela judía) que hay frente a la explanada. Conviene subir a última hora de la tarde y contemplar el sol poniéndose tras el Monte de los Olivos mientras los rezos surgen desde todas las mezquitas de la ciudad antigua. El tercer punto de efervescencia religiosa está en el barrio cristiano, donde se halla la basílica del Santo Sepulcro con un altar en el que, se dice, fue crucificado Jesucristo y con su tumba. Se sea creyente o no este lugar rezuma energía y a más de uno le recorre un inexplicable escalofrío. Para rematar la visita es necesario relajarse en el barrio judío, remanso de paz donde, curiosamente, apenas entran turistas.

El Santo Sepulcro. Jerusalén.

FOTO  ©  Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Fuera de la muralla se encuentra la Torre del Rey David, cuyo interior alberga el museo de la ciudad. Sus maquetas y gráficas explicaciones nos permitirán disfrutar con plenitud de Jerusalén. Alejados del centro, Jerusalén se convierten en dos: Oeste y Este. El Oeste es la parte nueva, de mayoría judía. Aquí está Yad Vashem, el complejo destinado al Holocausto judío, que cuenta con un impactante museo destinado a la memoria de las víctimas. En el Este se ubican los barrios árabes, donde frecuentemente tienen lugar desalojos de vecinos palestinos y que comparten su día a día con edificaciones israelíes que muchos consideran coloniales. Para comprender la complejidad del conflicto que vive Jerusalén Este, nada mejor que acudir al Centro de Información Alternativa y charlar con Sergio Yahni, una auténtica enciclopedia andante.

Belén está al otro lado del muro sur. La Navidad es la época ideal para visitar esta ciudad, epicentro del cristianismo palestino. Las calles se llenan de luces y el casco viejo bulle de visitantes. Si seguimos la calle de la Estrella –donde encontraremos un pasadizo con un pequeño taller de madera: si entramos nos regalarán una cruz de olivo y nos invitarán a té– desembocaremos en la plaza de la Natividad, con la basílica del mismo nombre donde se dice que nació Jesucristo, donde habría estado el Portal de Belén.

Por detrás del muro norte se encuentra Ramala, la capital administrativa de Cisjordania. Es la ciudad más moderna del país y en ella podremos disfrutar de bares, restaurantes y cafeterías, además de descubrir la sorprendente ‘movida’ palestina, con pubs que abren hasta bien entrada la madrugada. Quien desee dar un paso más debe tomar rumbo a Hebrón y a Nablús. El primer cambio que se nota es que los turistas han desaparecido. Sin ser lugares peligrosos, debemos extremar las precauciones y cerciorarnos de que la situación es tranquila antes de emprender la excursión.

Hebrón es la ciudad con más tensión de Cisjordania. Está dividida en dos partes, H1, donde habitan más de 120.000 palestinos, yH2, con unos 40.000 palestinos y 600 judíos. Estos últimos, conocidos por su radicalidad, viven en un asentamiento situado en el corazón del casco antiguo y aislado del resto de la ciudad por controles militares. De este modo, palestinos y judíos viven a escasos metros, pero separados por muros y alambradas. Por encima de ellas llueven piedras y desperdicios de todo tipo.

Nablús, al norte, fue durante muchos años la capital económica de Palestina. Hoy, conocida por su rebeldía ante la ocupación, es una ciudad en decadencia que trata de recuperar su esplendor. En Nablús se encuentra el campo de refugiados de Balata: visitarlo completa el viaje. El viajero será bien recibido por Mohamed Salid, director del centro cultural Yafar. Él explica cómo viven 25.000 personas en un kilómetro cuadrado, qué problemas tienen los vecinos del campo y guiará a través de sus claustrofóbicas calles, en muchos casos de un solo metro de anchura y emparedadas por edificios de cuatro plantas. Sus muros están empapelados con los retratos de los considerados ‘mártires’, milicianos palestinos caídos en combate.

Para liberar la tensión que transmite la zona, nada como concluir el viaje al mar Muerto. Merece la pena acercarse a la colindante Jericó, la que dicen ciudad más antigua de la humanidad, sin olvidar que no podemos meter la cabeza en las extremadamente saladas aguas de este curioso mar. Arruinaría todo lo disfrutado hasta el momento.

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