EL HUECO

La historia del desplazamiento de Mariana de Jesús Soto Jiménez, una campesina colombiana del Oriente Antioqueño, ilustra el drama vivido por casi 5 millones de personas que, atrapados entre dos fuegos, tuvieron que huir de sus hogares para empezar en paz una nueva vida.  El fenómeno de este desplazamiento se dio entre 1995 y 2003, teniendo como eje de confluencia el municipio de Rionegro. Ahí se han formado pequeñas colonias según su lugar de procedencia, siendo los de Cocorná, San Luis, San Francisco y Granada, los más afectados, asentándose en dos barrios de invasión, Las Playa y Alto Bonito, el hueco. El desplazamiento en Colombia, por causa del conflicto armado, es hoy uno de los principales problemas que tiene este país. 

 

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 Alto Bonito, el hueco, es un lugar ubicado en la zona alta del municipio de Rionegro.

FOTO  ©  Diego Andrés Sánchez Alzat

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Por Diego Andrés Sánchez Alzat para GEA PHOTOWORDS

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Un día mi esposo, Erlindo de Jesús Pamplona Jiménez, salió con mi hijo menor y dos bestias a recoger unas cargas de maíz. Cuando iban se escuchó un ruido en el rastrojo, era la guerrilla. Les quitaron las bestias y los dejaron todo el día en el monte. Yo, extrañada, salí a buscarlos como a las dos de la tarde y los encontramos rodeados de gente armada que también nos retuvo hasta por la noche, cuando nos llevaron a la casa.

A las cinco de la mañana del día siguiente volvieron por nosotros y nos dejaron regresar en la noche a prepararles comida. Esto se convirtió en la rutina diaria. El fin de semana hicieron un operativo para atentar contra el pueblo y poner unas minas. Nos retuvieron toda esa semana para que no dijéramos nada.

Cuando empezó el operativo entramos en pánico, nosotros sin poder decirle a nadie. De repente, un helicóptero comenzó a dar bala y a buscar a los guerrilleros por todas partes, por lo que se tuvieron que ir un tiempo. Pero a los meses regresaron…

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ENTRE LA BALA Y LA PARED

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Un día, como a las ocho de la noche, llegaron a la casa el comandante y seis guerrilleros, me pidieron que les preparara comida. Mientras la hacía, mi esposo y mis hijos hablaban con ellos. Les dijeron que si algo les pasaba era culpa de nosotros, que no fuéramos a decir nada y partieron. Yo no miré ni para donde.

Al otro día  la guerrilla y prendió fuego cerca de la casa, para calentar la comida. El ejército los vio y empezaron a dar bala en frente de la casa.

Llegaron preguntando dónde estaban mis amigos, refiriéndose a la guerrilla. Yo no dije nada, pero el ejército estaba revuelto con los paramilitares e incluso con algunos guerrilleros que se habían torcido. Yo los reconocí porque uno de ellos, meses antes, había estado en la casa con la guerrilla.

Las balas se incrustaban en las paredes de la casa y en el techo se hacían huecos en los que cabía un puño de mano. Una bala pasó la pared y una de las astillas voló y le dio a mi hija, Albany, en la espalda. Ella me dijo, “mami me dio algo”, y yo pensé, “me mataron a mi niña”. Yo no sabía por quién preocuparme más, si por ella o por mi hijo que estaba desyerbando afuera.

Se escuchaba afuera “hijueputa le volaron los sesos”, “quedó vuelto mierda”. Yo tiré la ropa para salir por mi hijo, cuando entró al patio un tipo armado y detrás un soldado con fusil que lo seguía. Ahí quedo un muerto.

Siguió el traquido de bala y el niño no llegaba. Entonces salí a buscarlo, cuando me encontré a un soldado que me dijo: “entre que si no le damos a usted”. Yo le conté lo de mi hijo y me dijo que lo llamara para saber si no lo habían matado. Ellos me preguntaron por él: «¿Cómo era?, ¿cómo estaba vestido?», pero yo del susto no sabía qué decir.

 

Testimonio (4)

Mariana de Jesús Soto Jiménez con la fotografía de Erlindo, la única imagen que tiene de su esposo.

FOTO  ©  Diego Andrés Sánchez Alzat

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Salí en medio de las balas llamándolo y no me contestab.Por fin, a la tercera vez que lo llamé respondió. Gracias a Dios se había escondido en un palo de café porque de pronto si corría, creían que era un guerrillero y lo mataban. Le dije que se viniera haciendo bulla.

Los soldados entraron y se quedaron hablando con él, luego lo dejaron pasar y nos dijeron que les ayudáramos con gallinas y comida mientras llegaba el helicóptero.

Podíamos recoger los restos de bala a puñados. La casa quedó vuelta nada, y un cuerpo ahí tirado. Los soldados nos decían que fuéramos a reconocerlo pero, ¡quién iba!. Todo el día nos tocó aguantarlos, nos decían que no le ayudáramos a la guerrilla pero quedábamos entre la espada y la pared.

A los meses apareció la guerrilla diciendo que los habíamos “sapeado” y nos dijeron que si no nos íbamos nos mataban. Nos toco irnos.

Dejamos hasta la plata en efectivo y nos fuimos a casa de un hermano, pero como éramos tantos y no llegaba comida al pueblo -carro que llegaba, conductor que mataban-, entonces el padre de la parroquia de Aquitania nos dejó trabajar un terrenito.

El 26 de octubre del 2004 la gente empezó a retornar a las fincas. En eso mi esposo fue a ver si la finca estaba sola, sin guerrilla, pero antes de llegar a la finca lo desaparecieron.

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OTRO CALVARIO

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Por allá teníamos un agüero, cuando canta un sinfín o el día esta cálido y de un momento a otro llueve, una desgracia va a pasar sobre la familia. E se día pasó.

“Mi amor yo quiero ir a darle vuelta a la finquita”, me dijo mi esposo y yo le dije, “vaya que el que nada debe nada teme”. Lo esperé todo el día y la noche, pero no apareció.

Al otro día en la tarde llegó el trabajador de la finca El Sarsillo, finca hasta donde alcanzó a llegar mi esposo. Al comienzo el joven no me dijo qué había pasado, pero luego me llamó y me dijo: “no se asuste, pero allá en El Sarsillo iban a matar a alguien, puede ser su esposo». Yo le dije que no llamara al comandante porque metían en problemas a la gente de esa finca. Igual me quedé esperando que de pronto no fuera él.

Al día siguiente le pregunté a la gente que llegaba de la finca y no me decían nada. Al señor Gregorio Giraldo, dueño de la finca, le pregunté: “¿qué paso con mi esposo?, mire que no es un pollo que se lleva un gavilán, es mi esposo, que tiene una familia que lo necesita” y no me quiso decir nada.

Entonces le dije que iba a ir donde el comandante a contarle que mi esposo llegó hasta allá y me dijo que no le hiciera ese mal tan grande. En su finca estaban raspando y sacando timba de guarapo (para coca). “Yo me comprometo a ir con usted a ver que pasó”.

El sábado no aguanté más y le dije al comandante que hiciera lo que le correspondía y le conté todo. El comandante me dijo que había ido, pero no encontró nada y no sabía de él.

Luego un muchacho de la finca me dijo que desde el miércoles había allá guerrilla y el viernes que fue mi esposo lo llamaron y estaba descuidado, le dijeron: “Ey el de la gorrita” y el respondió: “es conmigo”, bajaron le metieron un culetazo y se lo llevaron, al momentico se escucharon unos tiros y luego volvió la guerrilla por una pala, para enterrarlo. Pero nunca lo encontraron.

Allá en esa finca era la segunda persona enterrada, la anterior era una joven que mataron allá mismo y tampoco encontraron. En esa finca había muertos, coca, de todo, pero le daban plata a todo el mundo para que no dijeran nada.

Al otro día, el 26 de noviembre del 2004, a las cinco de la mañana, salí del corregimiento de Aquitania, caminé nueve horas hasta la autopista con mis hijos Dianery, Rodrigo, Albany y el hijo de Dianery, que tenía un mes de nacido.

En la finca tenía la casita, electrodomésticos, gallinas, patos, piscos, cerdos, bestias (caballos) y una cosecha. El terreno era de 2.000 hectáreas. No trajimos nada porque nos tocó venirnos a pie.

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ALTO BONITO, EL HUECO

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De la autopista llegamos a San Luis, porque no sabíamos llegar a otro lugar, dormimos y luego vinimos a Rionegro, donde me recogió un yerno que vivía hace un año aquí, en Alto Bonito, el hueco.

Él tenía dos piezas y yo le compré una, la de abajo, por 1.600.000 pesos. Ésta no tenía ventana y como tampoco luz eléctrica, hablamos con un vecino para que nos pasara algunos cables donde conectamos todo.

Ya llevamos 6 años aquí en la lucha por vivir sin empleo, en una casa que se está cayendo, varios días sin agua y rogándole al estado por cualquier cosita.

Ésto es el hueco.

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Diego Andrés Sánchez Alzate. (Marinilla. Colombia. 1990), inició su carrera como reportero y editor gráfico del periódico Contexto, ha sido director del grupo de fotografía de la ONG Fundación Entretodos y fotógrafo freelace en el desarrollo de productos documentales. Sus últimos años los ha dedicado al desarrollo de proyectos editoriales dentro del que se destacan la expedición y el libro «La Ruta del Cóndor», en los nevados colombianos y recientemente el proyecto Maguaré en el Amazonas. 

 

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