MARSELLA – REFUGIO DE CULTURAS

Zona de tránsito para millones de personas de toda raza y condición desde la Antigüedad, la localidad francesa sigue siendo hoy, más de dos mil quinientos años después de su fundación, un enclave privilegiado en el que se concentran culturas procedentes de todos los puntos del planeta. Un año después de su papel como Capital Europea de la Cultura, Marsella se enfrenta al reto de demostrar que puede convertirse en espejo positivo de un mundo cada vez más globalizado. Su éxito o fracaso puede servir de ejemplo sobre cómo afrontar los desafíos de la convivencia multicultural en pleno siglo XXI.

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 Protesta kurda por la sangría del Estado Islámico contra sus paisanos yazidíes en el norte de Irak. 

Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Javier García Blanco para GEA PHOTOWORDS

 

“Una ciudad que rejuvenece a medida que envejece”. Así describió el célebre Alejandro Dumas a la rebelde y siempre activa ciudad de Marsella, en la Provenza francesa. La frase, escrita hace más de siglo y medio, sigue vigente hoy en día. Y es que Marsella, fundada hace 2.600 años por los foceos –es la ciudad más antigua de Francia–, no ha dejado de recibir sangre joven y variada desde el día en que los comerciantes griegos se asentaron en lo que hoy es el Vieux-Port (Puerto Viejo) de la ciudad, a orillas del Mediterráneo.

Desde aquellos lejanos inicios hasta hoy en día, la ciudad gala se ha ido nutriendo de las constantes y numerosas oleadas de emigrantes que llegaban a sus costas. Unos lo hacían para comerciar en su animado y próspero puerto, otros para refugiarse de los peligros de la persecución, el hambre o las enfermedades. Y así, siglo tras siglo y cultura tras cultura, Marsella fue sumando estratos de distintas civilizaciones en sus viejas calles, que rejuvenecía –como decía Dumas– gracias a cada nueva oleada de nuevos pobladores.

Hoy, con sus 860.000 habitantes –1.600.000 en el área metropolitana de Marseille-Ais-en-Provence–, Marsella es la segunda ciudad de Francia en número de población, y la primera en cuanto a diversidad de sus habitantes. Ya en el siglo XVIII, más o menos la mitad de la población era de origen extranjero, entre griegos, italianos (se calcula que hoy en día un tercio de los habitantes son de origen italiano) y españoles. Una mezcla que aumentó de forma notable en el siglo XX. Los primeros en llegar fueron los refugiados armenios que, en 1915 escapaban del Medz Yeghern –el ‘Gran Crimen’ o genocidio cometido por los Jóvenes Turcos del Imperio Otomano–; poco después, en 1917, llegaron quienes huían de la Revolución Rusa. Más tarde llegaron miles de españoles que querían dejar atrás la Guerra Civil o de la represión franquista posterior, oleadas de magrebíes entre y durante las dos guerras mundiales, y los pieds-noirs que abandonaron Argelia después de la independencia en 1962.

Hoy el grueso de la inmigración, que sigue llegando sin descanso, es en su mayoría de origen magrebí y subsahariano. Sin embargo, basta un paseo por el Vieux-Port y sus aledaños para descubrir indumentarias y acentos de muchas otras partes del globo. El día siguiente a nuestra llegada a la ciudad, a primera hora de la mañana, las renovadas aceras del viejo puerto bullían con la frenética actividad de los pescadores locales que vendían sus productos frescos a turistas y vecinos. Entre unos y otros había una curiosa mezcla de rasgos, indumentarias y acentos: franceses, asiáticos, norteafricanos, subsaharianos… Un poco más allá, cerca de las numerosas terrazas con los veladores atestados de turistas, un nutrido grupo de rohingya (musulmanes birmanos), reclamaba con pancartas y octavillas atención y ayuda ante la persecución y el apartheid que contra ellos dirige el monje budista Ashin Wirathu. En el mismo escenario, pero ya caída la noche, la algarabía de la música norteafricana que animaba el puerto dio a paso a otra minoría desesperada de atención: cientos de kurdos residentes en la ciudad, que clamaban por la sangría que el Estado Islámico está cometiendo contra sus paisanos yazidíes en el norte de Irak.

 

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Desfile zombie por la Canebière hacia el puerto. 

Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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SUEÑOS DE CONVIVENCIA

Los marselleses de fe musulmana constituyen la minoría más mayoritaria de la ciudad: sumando los ciudadanos de origen argelino, marroquí o comorense, son más de 115.000. De hecho, suele decirse que Marsella será la primera ciudad europea que alcanzará una población de mayoría musulmana, detalle que satisface a quienes la consideran ejemplo de multiculturalidad, pero que preocupa a otros tantos –especialmente entre la ultraderecha–, para quienes la convivencia es más bien una invasión que amenaza la forma de vida occidental.

Lo cierto es que aunque sin conflictos importantes, los musulmanes marselleses conviven juntos pero no revueltos: argelinos con argelinos, comorenses con comorenses… Cada uno con sus vestimentas e idiomas propios. Se ven los kufis típicos de las Comores, y hijabs entre algunas mujeres del Magreb, pero no hay ni rastro de los más conservadores niqab, y mucho menos del burka. Entre otras cosas, porque hace unos años el gobierno de Nicolas Sarkozy prohibió en Francia tales vestimentas.

Entre los jóvenes musulmanes, tanto chicos como chicas, triunfa más la moda occidental que la tradicional. Y las numerosas playas que rodean Marsella, como la de Cobière o Borély, son durante los meses de verano una buena muestra de convivencia entre los marselleses de distinto origen. Los bikinis no entienden aquí de credo, raza ni condición social.

Sin embargo, no todo es un camino de rosas. Marsella sigue ostentando un nivel de delincuencia superior a la media nacional, y aunque los mayores problemas se registran en los extrarradios del norte, no han faltado en los últimos años incidentes que se acercan incómodos al centro de la ciudad. En todo caso, no sucede aquí como en la capital, donde las minorías están en su mayoría recluidas en las banlieu de las afueras. Un paseo por calles aledañas al Vieux-Port puede transportarnos de inmediato a un barrio típico y colorido de Tánger o Argel.

El sueño de la convivencia y la armonía cosmopolita cobró fuerza en los últimos años, y en especial tras la selección de la ciudad como Capital Europea de la Cultura. Con ella llegó una profunda transformación de la urbe –una más–, en especial en el entorno del Puerto Viejo, con intervenciones de figuras de la talla de Norman Foster, Zaha Hadid, Rudy Ricciotti o Stefano Boeri. En La Joliette, uno de los barrios próximos al puerto, había hace décadas un edificio que servía para acoger a los inmigrantes recién llegados, obligados a pasar una cuarentena. Hoy, este edificio se ha convertido en la sede de la Fundación Regards de Provence, un edificio que acoge un centro documental sobre la rica historia de la ciduad. A apenas unas decenas de metros se alza otro de los recintos icónicos de la capitalidad cultural: el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (MUCEM), una construcción de líneas vanguardistas que fue diseñado por Ricciotti, un arquitecto que pertenece a esa parte de la población que llegó de Argelia. Otro hito más: la Villa Mediterranée, obra del italiano Stefano Boeri, se erigió con la misión de convertirse en espacio de diálogo entre las culturas, símbolo de la convivencia y la fraternidad entre los diferentes pueblos del Mediterráneo.

 

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Interior del Musée des Civilisations de l’Europe et de la Méditerranée (MUCEM).

Foto © Ángel López Soto, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Esta nueva Marsella se levanta en las entrañas de la vieja, y aspira a convertir en realidad los sueños de quienes ven en la ciudad un prometedor y posible futuro de convivencia. La semilla está sembrada, y los brotes parecen crecer en buena dirección. Sin embargo, los desafíos son numerosos, y será el paso del tiempo quien, como tantas otras veces, ofrezca la última palabra. Mientras, buena parte de Europa se mira en el espejo de Marsella, contemplando esperanzada la visión de un reflejo que devuelva una imagen que permita sonreír al futuro.

 

Javier García Blanco (Zaragoza, 1977) es periodista, fotógrafo y escritor. Tras cursar estudios de Historia del Arte en la Universidad de Zaragoza, ejerció durante varios años como redactor y jefe de edición en distintas publicaciones. Trabaja como freelance para distintos medios de comunicación, y es fotógrafo en la agencia Istock (Getty Images). Autor de varios ensayos, entre los que destacan Héroes y villanos (Ed. Cydonia, 2012), Historia negra de los Papas (Ed. Espejo de Tinta, 2005), Gótica (como coautor, Ed. Aguilar, 2006) o Ars Secreta (Ed. Espejo de Tinta, 2006). En 2009 puso en marcha la web Planeta Sapiens, punto de encuentro de la historia, la ciencia y la cultura. Desde 2011 edita el blog Arte Secreto en Yahoo! Noticias. Viajes en el objetivo es su última aventura en el mundo digital. 

 

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One Response to “MARSELLA – REFUGIO DE CULTURAS”

  1. Diego Jambrina Merino
    26 enero, 2015 at 14:00 #

    Marsella no me causó buena impresión cuando estuve hace un par de años. Destrozada y desolada. Así la vi. Pero hay algo que le da cierto interés, y es la cantidad de gente diferente que vive en ella. Riqueza lo llamo yo, aunque algunos solo vean invasión, como describes en el artículo.
    Me ha gustado tu visión, Javier. Me ha despertado interés por volver. Marsella será diferente al tener yo más años, más viajes hechos, más información y más curiosidad.

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