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SONRISAS ANDANTES

¿Por qué un país con los recursos naturales de Etiopía sigue siendo uno de los más pobres del mundo? ¿Cuál es la razón por la que el 10% de los niños muera antes de los cinco años? ¿Cómo sobrevive un estado en el que las tres cuartas partes de la población sigue sin tener acceso al agua potable? La respuesta a estas y otras preguntas es lo que ha buscado la joven autora de este reportaje en su viaje iniciático al país africano donde ha pasado un mes trabajando como cooperante en un campamento de verano de la ONG SETEM. Su viaje, contado con la frescura y la ingenuidad de una recién llegada al continente, nos acerca a una realidad conmovedora de un país que no tiene desperdicio.

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Mercado de Harare, Etiopía.

FOTO © Sara Janini, miembro de GEA PHOTOWORDS

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Por Eva Garrido para GEA PHOTOWORDS

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Un lapicero de color y un papel. Eso les bastaba para sentirse afortunados. Los niños etíopes, una fuente de energía e ilusión. He tenido la suerte de convivir con ellos un mes. En realidad, la afortunada era yo.

Apenas hablaban inglés. Aún así, escuchaban, atendían y tomaban apuntes. Tenían infinitas ganas de aprender. Las mujeres etíopes, un ejemplo de esfuerzo, lucha y sacrificio. Al final, la alumna fui yo.

El pasado 1 de agosto viajé a Etiopía junto a otros tres compañeros españoles a través de los campos de Solidaridad de la ONG española de Comercio Justo Setem. Viajamos hasta el cuerno de África para colaborar con una ONG local, The Good Samaritan, y conocer a través de los etíopes la cultura de esta civilización milenaria. Estuvimos allí 28 días y nos hemos quedado con ganas de más.

Antes de viajar a Etiopía, quinto país más pobre del mundo -puesto número 157 de los 169 del ránking mundial de IDH (Índice de Desarrollo Humano)-, protagonista en el pasado de guerras fronterizas y castigada por fuertes hambrunas, en 1983 y 1994, que se cobraron la vida de más de un millón de personas en todo el país, pensé que el panorama que me iba a encontrar sería desolador, teniendo en cuenta que el cuerno africano estaba viviendo en ese momento (y vive) la peores sequías de los últimos 60 años.

Cuál fue mi sorpresa cuando al poner los pies en Addis y recorrer sus carreteras de camino a Holeta me encontré con un entorno montañoso, verde, praderas fértiles sin fin, cultivos, ganado y agua, mucha agua si se viaja entre mayo y agosto, época de lluvias, como fue nuestro caso. A partir de ese momento borré de mi mente infinidad de estereotipos. Y surgieron las dudas y preguntas que me acompañaron hasta el final de la experiencia y que perduran hasta hoy.

Si es un país con esta riqueza natural, no sólo de zonas desérticas como se suele pensar, ¿por qué se cuela la miseria entre las calles de Addis? Enfermos, lisiados, ciegos, niños y madres con bebés mendigando. Personas que para conseguir unos cuantos birrs, la moneda etíope (24 birrs = 1€) venden trozos de rollos de papel en la calle o pesan a los viandantes con básculas traídas de casa. Ovejas sobre montones de residuos comiendo no se sabe el qué. Hogares de chapa. Avenidas principales de asfalto, sus perpendiculares de barro. Y todo esto fluye en una maraña de suciedad, desorden, tráfico y polución, mientras la naturaleza lucha por mantenerse en la capital de África a modo de montañas al pie de la ciudad o con una flora espectacular entre barrios y casas.

También hay en Addis zonas lujosas y con gente adinerada, pero todo lo demás es tan impresionante que hace que ese estado de bienestar, idílico para un etíope pobre, pase casi desapercibido a ojos del extranjero. Impacta ver ese contraste, pero ese lujo no termina de brillar por todo lo que le rodea.

PREGUNTAS

Si es un país con una sociedad trabajadora, fuerte, valiente y que afronta los problemas de una forma heroica, como uno de los niños con los que estuvimos todo el mes, que sonreía a la vida a pesar de tener diez años y ser huérfano porque sus padres murieron de SIDA, vivir con su hermana y su esposo en el campo, ser maltratado por su cuñado, tener que trabajar e ir a la escuela, ¿por qué tres cuartos de la población (de 80 millones) se dedica a la agricultura con métodos arcaicos y basa su supervivencia en una economía de subsistencia? ¿Por qué sólo el 20% de la población tiene acceso a agua potable? ¿Por qué un niño de cada diez muere antes de alcanzar la edad de cinco años por enfermedades curables como diarrea o sarampión? ¿Por qué todo esto si es una sociedad en la que jóvenes con educación tienen proyectos de estudiar una carrera para después trabajar por su país y así sacarlo de la pobreza?

Cierto es que en Etiopía también se está dando una ‘fuga de cerebros’, ya que muchos universitarios que se marchan al extranjero a estudiar no regresan porque viven mejor allá donde se han formado, pero otros tienen bien claro que quieren luchar por su país. Orgullo de ser etíope, que se dice.

Tanto los niños, como los jóvenes y mujeres con los que hemos estado este mes se han convertido en héroes para mí.

Nuestras labores en The Good Samaritan eran enseñar inglés de lunes a miércoles a niños de 7 a 12 años en un pueblo llamado Holeta, a 40 kilómetros la capital del país, Addis Abeba, y los jueves y viernes a mujeres de 18 a 30 años que acuden a una escuela de formación profesional que la ONG tiene en Addis. También dábamos clases de informática en Holeta a jóvenes de 13 a 18 años.

Los pequeños, de familias pobres, que viven en casas de adobe, vestidos todos los días con la misma ropa hecha jirones y manchada de barro y con zapatos rotos, si es que los llevaban, asistían a clase todos los días cuando no se lo impedía el trabajo, atendían, participaban, reían, jugaban, cantaban y se les iluminaba la cara cuando veían que íbamos a dibujar. Son felices, y todo a pesar de su realidad, que para ellos es normal. Tener que pastorear las vacas o ir caminando a un pozo de agua común a todos los vecinos de un ‘kebele’, unidad administrativa más pequeña de Etiopía (en el que dábamos clase viven unas mil personas), para llenar una garrafa de unos cinco litros como mínimo son algunas de sus rutinas diarias. Y eso lo hacían hasta niños de cinco o seis años.

ASUMIENDO LO QUE HAY

Los jóvenes, muchos deseosos de llegar a la universidad para formarse y así sacar adelante a Etiopía. Esa actitud te conmueve porque con 18 años ya piensan así. No sólo quieren cuidar de su familia y de sí mismos, sino también de su país. Son conscientes de su realidad, la asumen y la afrontan. Madurez personificada.

Las mujeres, un cero a la izquierda, algunas con hijos y abandonadas por sus esposos, otras eran prostitutas o mendigas, y ahora, luchan por conseguir un futuro mejor para su familia y para ellas mismas. Estudian cocina, costura, jardín de infancia o peluquería en la escuela de formación. Quieren empezar de cero, no mirar atrás, y como diría la etíope Elisabeth Abebe, la fundadora de “The Good Samaritan”, “no se sientan y lloran”, sino que luchan por cambiar sus vidas.

Sin duda, todos ellos son un ejemplo, porque a pesar de todo son sonrisas andantes. Al final, con este tipo de experiencias eres tú el que más aprende, a relativizar los problemas y disgustos que te surgen día a día en este cegado Norte y, sobre todo, a actuar por el Sur.

Y volviendo a las preguntas que antes he planteado, que en cierto modo se extienden a toda África, un continente rico en recursos naturales y cuya gente está dispuesta a trabajar para sacarles provecho y así mejorar sus condiciones de vida, creo que son cuestiones que rondan por las cabezas de muchos intentando encontrar una solución.

El eterno problema del continente negro: tienen materia, pero no medios para explotarlos, y no por que no tengan dinero, sino porque éste es víctima de la corrupción. Y el corrupto no es sólo el gobierno africano de turno, sino también el gobierno occidental que lo permite. Al final, África es rica en recursos y los países tienen dinero, pero es pobre porque ese dinero no se destina a la explotación de dichos recursos y si se explotan se hace de manera injusta y se los lleva el Norte.

En las I Jornadas «Nilo Azul», sobre Etiopía: cooperación y desarrollo, celebradas este mes en la Casa de la Juventud de Colmenar Viejo, una de las ponentes, Patricia Garrido, miembro del Grupo de Estudios Africanos (GEA) de la Universidad Autónoma de Madrid, expuso cómo la cooperación al desarrollo puede ser un obstáculo para el crecimiento de un país en vías de desarrollo. Según la conferencia de Garrido, existe una teoría que defiende que cuanto más ayuda al desarrollo recibe un país, menos crece la economía de éste, ya que se genera una dependencia del dinero que llega del exterior y se alimenta la corrupción del país receptor. Esto último se acentúa cuando el país emisor no pide cuentas al receptor de dónde ha ido a parar ese dinero, que en ocasiones descansa en un paraíso fiscal europeo. Es por esto que, en numerosas ocasiones, los gobiernos africanos invierten dinero en iniciativas para el mejor desarrollo de su país, pero no erradican la pobreza. Esto sucede, aproximadamente, desde hace 60 años.

Garrido citó al economista William Eastearly, quien defiende que “la iniciativa privada es la única herramienta útil para salir de la pobreza, no la ayuda al desarrollo”. Los expertos que apoyan esta afirmación, consideran que la labor de una ONG es superválida, pero que son gotas de agua en un océano, ya que las labores que hacen son a nivel local. Aunque también hay que tener cuidado de qué tipo de iniciativa privada se trata, ya que, dicen, no sirve de nada llegar a un país en vías de desarrollo para obtener beneficios mediante la explotación de su gente o de la apropiación de recursos naturales.

Preguntas y reflexiones que ojalá algún día alcancen una respuesta.

Para terminar, quiero citar un fragmento de ‘Ébano’, un maravilloso libro del fallecido periodista polaco Ryszard Kapuscinski que retrata África. En uno de sus viajes por el continente, un tanzano le dijo: “El espíritu de África siempre se encarna en un elefante. Porque al elefante no lo puede vencer ningún animal. Ni el león, ni el búfalo, ni la serpiente”.

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Eva Garrido Santiago es periodista y ha trabajado en la redacción internacional de la Agencia EFE en Pekín.

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